Se sentaba muy derecha, una postura perfecta, pero no parecía fingida, como si la elegancia fuera parte de su ADN. Audrey Hepburn era una mujer de ojos grandes y expresivos, ojos que contaban su historia completa, y sí que tenía una historia que contar.
“La segunda guerra destruyó mi infancia, al igual que la de muchos otros niños de la época” comentaba, encendiendo el cigarrillo en la punta de la boquilla que tenía entre los dedos. “Yo ya había comenzado mi carrera como modelo infantil, alrededor de los 10 años, cuando uno de mis hermanos fue llevado a un campo de concentración y otro de ellos se perdió en los ataques de la resistencia.”
La actriz holandesa debutó a la corta edad de 14 años en la película La princesa que quería vivir, obteniendo el Premio Oscar a la mejor actriz. “Mi vida cambió por completo” decía. “Desde ese día no dejé de rodar películas, fui nominada a distintos premios, me lancé directamente al estrellato.”
Pero no todo fue de color rosa. Además de las pérdidas que le produjo la segunda guerra, luego de casarse con Mel Ferrer y tener a Sean, su primer hijo, sufrió de cinco pérdidas, lo cual los llevó a un eventual divorcio. – Pero luego volviste a casarte con un médico – mencioné yo, tomando nota. Audrey suspiró y tensó la mandíbula antes de hablar: “Con un psiquiatra, sí. Tuvimos a Luca, mi segundo hijo, pero las infidelidades nos llevaron a divorciarnos en 1976. No volví a casarme después de eso.”
Para ese entonces llevaba un tiempo alejada del mundo del cine. Hizo un breve regreso en 1976 con la película Robin y Marian y luego otro par de películas a finales de la década, pero nada demasiado grande. “Aun así” recalcó, “frecuentaba distintos sets de filmación, donde conocí a mi gran amor, Bob Wolders, quien me acompañaría hasta el día de mi muerte.”
Pero además de ser una de las actrices más grandes de todos los tiempos, le apasionaba la acción social, convirtiéndose así en embajadora de UNICEF en 1988, lo que la llevó a viajar a países como El Salvador y Vietnam para ayudar a niños pobres. “Dar es vivir. Si dejas de dar, ya no hay nada por lo que vivir” decía ella.
– Pero eso fue antes de que te diagnosticaran la enfermedad – agregué yo. Ella sonrió con melancolía. “El último viaje que hice antes de que me diagnosticaran cáncer de colon fue a Somalia. Luego me retiré completamente.”
Falleció en 1993 a la edad de 63 años en el pueblito suizo de Ixelles, donde había vivido sus últimos años junto a su pareja. El estilo y elegancia de Audrey Hepburn se convertirían en un legado que trascendería en el tiempo, sin pasar jamás de moda, manteniéndose como un ícono del cine, la moda y la femineidad hasta nuestros días, tanto por películas como Desayuno en Tiffany’s, que hoy es prácticamente considerada un clásico del cine, como por su mente abierta, su bondad y su simpatía.