Crear vinos únicos e irrepetibles, desde Chile al mundo, que enamore a los entendidos, es el proyecto por el cual el matrimonio compuesto por Edgard Carter y Karine Mollenhauer trabajan día a día, de sol a sol. Profunda motivación anclada en la convicción de que el vino es hecho por y para las personas, “somos el cuarto elemento del terroir, junto a las parras, el suelo y el clima”, rezan. ¿La misión? Ser capaces de traspasar el carácter de un lugar y de su gente a la botella.
Por Cristian Muñoz – Imágenes de Carter&Mollenhauer
En qué piensas al descorchar un buen vino -. Muchos dirán en su color, para darse una idea de su edad; otros hablarán de su densidad, comprobando la calidad. El olfato nos permitirá descubrir los aromas primarios, secundarios o terciarios; por supuesto, el sentido del gusto tendrá su recompensa al corroborar las sensaciones iniciales.
Es innegable que todo el mundo envuelto en la producción vitivinícola es apasionante, desde escoger una cepa hasta etiquetar una botella. Bien lo saben los enólogos Edgard Carter y Karine Mollenhauer quienes en 2014 se embarcaron como matrimonio en el proyecto que estampa sus apellidos.
¿Por qué? “El vino no es solo lo tangible, o aquello que bebemos, siempre tiene que haber un trasfondo. Y para mí los lugares y la gente son lo más importante”, responde Edgard sentado en su oficina frente al computador, algo raro para él, después de seis semanas de locura en época de vendimia.
Tanto él como su esposa se involucran en cada proceso que conlleva finalmente a descorchar una botella y beber un vino único, memorable, de autor. “Queremos mostrar un Chile con rostro humano donde la profesión y el oficio estén unidos”. Vez tras otra destacan como clave el concepto del cuarto elemento.
¿Su firme convicción? “El vino es hecho por y para las personas, somos el cuarto elemento del terroir junto a las parras, el suelo y el clima – aseguran -. Lo permanente de nuestra labor es la calidad del vino, la consiguiente reputación de un lugar y el beneficio de su gente”.
AMOR
Clave fue el amor por la tierra, por el fruto de la vid, que sin tener antecedentes o estímulos familiares, ambos decidieran estudiar agronomía con especialidad en enología, Edgard en la Universidad Católica y Karine en la Universidad de Chile.
Sin toparse aún, y paralelamente cultivando experiencia en reputados viñedos de Chile y el mundo, sus vidas se cruzaron en una fiesta en Colchagua hace trece años. Tras lograr conquistar a quien sería su esposa, Edgard le hablaría del sueño que buscaba materializar algún día: producir un vino propio poniendo a prueba su sensibilidad, canalizando toda su creatividad y energía en un proyecto único.
Fue así como el amor que unió a este matrimonio, el amor por el vino, por la tierra, la comida y el sur de Chile, les permitió crear Carter & Mollenhauer Wines, una empresa que desde 2018 logró afianzarse generando ganancias propias.
TERROIR
Una marca que con ocho etiquetas – hasta el momento – refleja el carácter de un terroir en una botella. Cepa extraída de los viejos viñedos familiares del Secano de Itata y Maule “que es donde creemos podemos obtener las uvas y el potencial para hacer los vinos que nos gustan”.
En aquellas tierras mandan los viejos viñedos pre-filoxéricos de cepas como País, Cinsault y Carignan, uvas de origen mediterráneo, que funcionan y que se han adaptado muy bien al clima de la zona sur plantadas sobre suelos de origen graníticos, lo que todo combinado constituye un tremendo potencial para hacer vinos frescos, de gran fineza y profundidad.
“Trabajar en este lugar ha significado empaparnos de la gran historia de estos territorios basados en una agricultura custodiada por familias – no empresas – que han sabido sobrellevar y mantener estos lugares por siglos olvidados y subvalorados”, señalan.
Partiendo desde cero como bodega propia, Edgard y Karin se comprometen con ciertos productores para comprar la uva, pues los vinos son de parcela y representan un lugar específico, no hay mezcla. No son vinos que tienen cierto porcentajes de uno y otro lugar.
“Buscamos un terruño en particular y nos imaginamos el vino que puede salir desde allí, compramos la uva y luego tratamos de hacer la mejor interpretación de aquel lugar”, explican.
¿Resultado? “Cuando destapas una botella nuestra, te estás bebiendo un lugar”. Sin el aspecto humano no existe el terroir, y si Chile quiere enamorar al mundo a través de sus vinos, debemos preocuparnos de traspasar el carácter del lugar y de la gente a la botella. “Solo así haremos vinos únicos e irrepetibles”, puntualiza Edgard Carter.
Con miras a un futuro no lejano, avanzan a pie firme junto a sus pequeños hijos Javiera y Daniel, para comprar un par de hectáreas en Itata y asentarse allí con su parcela, casa y bodega, con tal de convertirse en viticultores y recibir a los visitantes que gustan del buen vino, del vino de autor, de una botella que sea capaz de reflejar con total franqueza el carácter de un lugar y de su gente.