En un mundo globalizado donde las sociedades se tienden a homogeneizar cada vez más, encontrar culturas que desafían nuestro conocimiento es todo un placer para un viajero como yo. Uno de esos lugares es China, país que debido a sus ambigüedades políticas, barrera idiomática y milenaria tradición es sumamente difícil de describir.
Mi aventura a esta tierra sucede a mediados del 2016 en el marco del Octavo Congreso Mundial de Herpetología, reunión realizada cada cuatro años en distintas locaciones para congregar a científicos de todo el mundo que estudien la biología de reptiles y anfibios.
El encuentro se desarrollaría originalmente en Hangzhou, metrópolis que contiene a 22 millones de habitantes. No obstante y, literalmente abordando el vuelo a la ciudad, recibimos un correo sin precedentes informándonos que, a menos de 24 horas del congreso, la locación se cambiaba a más de 100 kilómetros de la urbe. ¿La razón? El Foro Internacional del G20 se realizaba simultáneamente restringiendo todo acceso desde y hacia la ciudad.
Está demás decir que las órdenes del gobierno no se desafían en el país semi-totalitario, por ende y de manera increíble, se logró trasladar un congreso de miles de personas a otra ciudad en cuestión de horas. La buena noticia es que ahora estaríamos más cerca de la naturaleza en una zona sub-tropical rodeada de parques nacionales.
LA ISLA DE LAS SERPIENTES
Inicialmente, luego del congreso, había planificado junto a un grupo de investigadores visitar la famosa isla Shedao, o isla de las serpientes, que alberga una de las densidades más altas de estos animales en el planeta, estimándose aproximadamente una víbora Gloydius shedaoensis por metro cuadrado. Lamentablemente, a último minuto se nos negó la autorización de visitarla por ser extranjeros, pero mi ambición de ver a estas víboras comúnmente conocidas como “mamushis” (en japonés), no iba a ser extinguida.
Visitando el parque nacional Dajishan – cercano al lugar del congreso – durante las mañanas y las noches, logré dar con la fantástica Gloydius brevicaudus, una pequeña víbora de cola corta que produce un potente veneno hemotóxico capaz de destruir los tejidos. La diversidad de reptiles, anfibios e insectos es muy abundante en esta área protegida, una agradable sorpresa frente a la presión ecológica que sufre el país debido a su alta población y rápida industrialización.
PÁNICO EN EL RÍO
Uno de mis hallazgos más interesantes ocurrió cuando me encontré con un grupo de turistas chinos escapando en pánico del río. Sabía que involucraba a alguna criatura interesante, idealmente una serpiente. Al correr en dirección contraria al grupo espantado, supe que estaba en lo correcto: se trataba de una serpiente acuática oriental (Sinonatrix percarinata).
Pero lo más interesante sucedió a continuación: atrapé a la culebra por atrás y ésta empezó a girar rápidamente sobre sí misma desprendiéndose de la punta de la cola, similar a la táctica utilizada por muchas lagartijas. El fragmento en mis manos comenzó a moverse muy rápido, parte de una adaptación para distraer a los depredadores. Lo interesante es que esta estrategia se ha capturado muy pocas veces en serpientes, pasando a ser un registro científico muy valioso.
LA VERDADERA MURALLA CHINA
Luego de esos días en Tonglu y el parque nacional Dajishan, junto con los herpetólogos Scott Keogh (a la vez el supervisor de mi doctorado) y su colega Martin Whiting, tomamos el tren bala hacia la capital Beijing. Increíble que durante más de 1.300 kilómetros de trayecto nunca pude observar una interrupción real a la urbanización, evidencia de la altísima densidad poblacional en China.
El objetivo de visitar esta ciudad era conocer la Gran Muralla China. Un destino fácil y popular podrán pensar, pero la verdad es que la sección de la muralla – con una longitud que supera los 20 mil kilómetros – visitada masivamente por turistas está totalmente restaurada y prácticamente no contiene ladrillos originales.
Por ello fuimos a una granja situada en las afueras de Beijing para contratar al guía local que nos llevaría a caminar por los cerros en busca de la verdadera y salvaje Muralla China, aquella donde ladrillos deteriorados y torres originales perecen por la inclemencia del tiempo; aquel fuerte donde los soldados chinos se defendieron de las invasiones mongolas.
Luego de subir un empinado sendero, fuimos los únicos parados en la columna de dos cerros que amparaba este segmento salvaje de la gran muralla. Sin duda, el momento más especial del viaje y, por supuesto, nos pusimos a buscar lagartijas asoleándose sobre los legendarios ladrillos.
Texto y fotografías del biólogo y herpetólogo Damien Esquerré
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