“¡En Santiago no hay atractivos turísticos!”. Fuertes palabras escuchó José Luis Fernández – turista español avecindado en la capital madrileña – mientras hacía los preparativos para viajar a Chile por temas laborales. Al finalizar el proyecto estaba decidido a visitar las montañas andinas, así es que con computador en mano le mostré varias rutas. ¿La elección? el Cordón de San Francisco: una larga extensión caminando siempre por un filo, las vistas a las faenas mineras y la observación de grandes montañas lo cautivaron. ¿El punto cúlmine? La ascensión del cerro El Cobre, cima que alcanza los 3820 metros sobre el nivel del mar llenando todas sus expectativas.
La verdad es que la realización de este trekking – denominado personalmente como “La travesía del San Francisco, al ser uno de los primeros en escribir sobre las características de este cordón – es exigente por lo que es bueno considerar varios aspectos logísticos. Veamos cómo nos resultó el itinerario de 3 días por estos indómitos lugares.
Día 1.- Dejamos nuestro vehículo al inicio de la ruta que conduce al cerro Manchón (al lado del estero San Francisco) para luego caminar un kilómetro hasta la entrada del cerro Alto Hotel. Desde allí costeamos la huella hasta la quebrada del Maitén Redondo, que en verano y postrimerías del otoño nos refresca con un salvador hilillo de agua. Aunque en ciertos tramos el rastro se divide en diversos y confusos derroteros, predomina el viejo dicho “todos los caminos conducen a Roma” y, en este caso, para lograr cumbre solo hay que subir.
En adelante observamos un cerro blanquecino en la arista misma del cordón Sierra de San Francisco – cima del Alto Hotel -, spot al que llegamos pasando entre yaretas y coironales (flora autóctona del Sur de América). Tras ascender otros 30 minutos logramos cumbre con una vista maravillosa en cualquier orientación; por largos minutos contemplamos en el cielo un esplendoroso arrebol mientras platicábamos y preparábamos la cámara para sacar algunas fotografías nocturnas con las estrellas como telón de fondo.
Día 2.- Reanudamos la travesía a las ocho de la mañana caminando siempre por el agudo filo del cordón, lo que agrega una dosis de aventura a la ruta. A nuestro costado izquierdo se aprecia el Nevado de los Ángeles (ubicado entre el estero Arrayán y el estero Ortigas) y a nuestra derecha los siempre majestuosos Manchón y Piches, este último de 4.232 metros sobre el nivel del mar.
El camino asciende y desciende, pero siempre de forma ondulada como pasando por las vértebras del lomo de una ballena. Increíbles vistas y pendientes fuertes son las que nos entrega la ruta. En este punto preferí que Emilio (nuestro tercer expedicionario) se quedara ya que para llegar a la cima del cerro Cortaderas había que realizarlo sobre un corto, pero aéreo paso de escalada. Seguimos ascendiendo por otros 45 minutos hasta el filo de la cima para encontrarnos con una fuerte bajada con mucha piedra suelta que en términos de montaña se denomina “acarreo”.
De aquí en adelante el camino finiquitaba así que remontamos la loma que nos llevaría a un morro denominado “Cerro El Plomo” con un gran cairn – torre de piedras sobrepuestas, edificada con el objetivo de marcar un punto, similar a hito – dejado por un club de montaña de tiempos pretéritos. Ya cansados pudimos apreciar felices las faldas del cerro El Cobre en todo su esplendor.
Pero se hacía tarde, eran las 14 horas y teníamos poco margen entre subir, bajar y volver, por lo que decidimos montar la ante cumbre del cerro. Empezamos a ascender entre placas de roca de tipo laja hasta llegar al filo abriendo una vista panorámica hacia el cajón del Ortigas exhibiendo sus tres hermosas lagunas. Nos dábamos por satisfecho con el trayecto realizado y, luego de contemplar la inmensidad de Los Andes por unos diez minutos emprendimos el descenso para retomar todo el camino, llegar al campamento base y al tercer día volver por la misma ruta que dio origen a la travesía.
POTENCIAL TURISTICO
Sin lugar a dudas, el Cordón de San Francisco tiene un potencial turístico de innegables cualidades abriendo las puertas a quienes gustan de realizar travesías en montaña, en lograr nuevas cumbres y conocer otra cara de los andes centrales. Desde allí se aprecia la cara norte del Alto los Leones, El Juncal y varios cerros enclavados dentro del sistema de glaciares Olivares. Cóndores, águilas y halcones peregrinos adornan el paisaje, mientras que huellas de puma y, naturalmente, las cuevas de Cururo están por doquier.
Pero algo irrumpe la calma y la inmensidad de las montañas. No sé si llamarlo un atractivo turístico o un gran desastre ecológico. Me refiero a las faenas mineras de gigantes dimensiones que alteran la vida sobre la montaña. Sin embargo, no puedo dejar de pensar que somos un país minero por excelencia y que parte de nuestra cultura es en base al trabajo de estos hombres. Ahora, cómo es desarrollada esta actividad arrasando con glaciares, ríos y otros recursos naturales, pues eso es un tema de otro reportaje y harina de otro costal.