El enigmático desierto de Atacama

En un viaje de exploración y contemplación, el escritor magíster en docencia e investigación universitaria, Antonio Landauro, recorre la rica geomorfología del desierto de Atacama. Aunque suene paradójico, el lugar más árido del planeta es una tierra fértil en mitos y fábulas altoandinas que registran la huella imborrable del tiempo y la historia.

Por Antonio Landauro

Fotografías de Graciela Landauro

Paradójicamente, el desierto de Atacama o el territorio más seco del planeta – abundante en lagunas, salares, volcanes y géiseres, entre otras riquezas geológicas–, es un lugar fértil en mitos y creencias, donde se mezclan las ideas religiosas con la naturaleza, y la realidad con la fantasía.

Este lugar, generalmente inhóspito posee todos los tiempos de la geología. Pareciera que ha estado siempre allí. Inmutable, de voluntad férrea, rodeado de soledad y misterio. No por ello han surgido en su seno tantas leyendas y hasta fábulas altoandinas que impregnan la historia e imprimen al paisaje mágicas características.

Aquí la montaña cobra vida. Los volcanes y quebradas, sonidos y bramidos, hasta los colores que oscilan desde la aurora al crepúsculo interrumpen la quietud. El silencio mismo se llena de voces, se hincha de sentido, de significado, se hace más profundo de lo que se piensa, de lo que se ve a simple vista.

VOLCANES QUE HABLAN

Se cuenta que en tiempos remotos, cuando los volcanes hablaban y luchaban entre sí, el Licancabur, señor invicto y temerario, reinaba sobre el desierto de Atacama desde sus 6000 metros de altura. Desde allí, un día clavó sus ojos sobre Quimal, una montaña que se levantaba en sus proximidades y se embelesó con ella y decidió enamorarla.

Jurique, otro volcán cercano de la región, que también tenía sus ojos puestos en ella, trató de  robarle su amor, pero Licancabur no lo tomó a bien, y le cortó la cabeza de cuajo por su osadía. Quimal, temerosa ante la reacción violenta del monarca, se escapó, atravesó el desierto y quedó fuera del alcance de las garras de su feroz pretendiente.

Si es cierto que esto pasaba en tiempos legendarios, no es menos cierto que hoy el Licancabur es el protector del desierto, en general, y de San Pedro de Atacama, en particular. Y reina sobre sus dominios con perfecta imagen y una presencia ineludible, su figura atrae sobre él todas las miradas.

Quimal, su eterna amada, aún lo mira desde el otro extremo, mientras la truncada cima del Jurique es el eterno testimonio de la voluntad de un poderoso rey mitológico.

Históricamente, los indígenas locales han desafiado la naturaleza, su sequedad extrema, su formidable energía térmica y las vertiginosas alturas con temperaturas extremas que se hacen sentir en este gran valle de sal a 2400 metros de altura aproximadamente, rodeado por la majestuosa cordillera de los Andes.

MÍSTICISMO PURO

Hoy, San Pedro de Atacama – núcleo de este legendario desierto – es un pequeño poblado que, amén de su ingenio, ha desafiado al tiempo y la historia desarrollando en torno a la sequedad del desierto un singular destino turístico.

El pueblo, formado por unas cuadras de casas de adobe, una pequeña iglesia blanca y un cementerio, rodeado de una estela cromática inigualable despierta el interés turístico de miles de personas que lo visitan y se deleitan con su paisaje natural único en el mundo.

San Pedro de Atacama está impregnado de una mística especial, como todo desierto. Tormentas de vientos y arena, ecos eternos de voces perdidas, majestuosidad cromática que tiñe sus parajes, soledad de soledades, cuna de movimientos telúricos y erupciones. Así es este desierto.

Hoy este imperio de arenas es habitado por distintas comunidades atacameñas que intentan mantener en parte su identidad y preservar ciertas costumbres del pasado. Sus aldeas y pucaras permiten –aunque remotamente- percibir algo de su perdida grandeza.

ARQUITECTURA MESTIZA

San Pedro de Atacama es un oasis que sirvió de asentamiento a la cultura atacameña en la época precolombina; esta, influida primero por la cultura tiahuanco y luego por la inca,  alcanzó un alto grado de desarrollo.

Con la llegada de los españoles, el pueblo fue evangelizado, estableciéndose un sincretismo religioso-cultural que se manifiesta hasta hoy. El templo de San Pedro fue construido en 1557, posiblemente en la antigua dependencia del Obispado de Cuzco.

El inmueble que hoy se conserva es fruto de una ampliación que se hizo sobre el templo anterior, y fue efectuada a mediados del siglo XVIII; además se han realizado varias reconstrucciones parciales tras numerosos sismos e incendios que se han registrado en sus dependencias.

La iglesia es la de mayores dimensiones entre los templos atacameños. Fue erigida sobre una fundación de piedras, y en su construcción se utilizó argamasa, revoques de barro con paja, y maderas de algarrobo, chañar y cactus amarrados con tiras de cuero.

Sigue los clásicos patrones de los templos cristianos, con forma en cruz latina. Tiene una nave de 41 metros de largo por 7,5 de ancho, dos capillas laterales que le dan la forma de crucero; además de un baptisterio cerca del acceso, sacristía en la parte posterior, coro y una torre    campanario de adobe que data del año 1965, que reemplazó a otra que era de madera.

Estilísticamente, posee todas las características del estilo mestizo andino: volumetría compacta, muros de adobe –de casi un metro de ancho–, y cubierta a dos aguas que remata en aleros continuos.

En su interior contiene un retablo en el altar mayor, con motivos estucados y pintados sobre la estructura de madera, adobe y piedra, de estilo barroco. En 1951 fue declarada Monumento Histórico.

El 2014, durante labores de restauración, se descubrieron dos antiguas pinturas de ángeles ignoradas hasta entonces. A su vez, se hallaron cerámicas, restos óseos y herramientas. Las obras fueron inauguradas el 26 de junio de 2015, poco antes de la celebración de San Pedro y San Pablo.

PUEBLO DE CINCO HABITANTES

Desde San Pedro, con el volcán Lascar a lo lejos, como centinela, y rico en actividad reclamando atención, es habitual realizar una visita a los asombrosos géiseres de El Tatio.

La aventura por estas áridas tierras inicia a las 6.30 de la mañana, cuando las trasparentes y diáfanas luces despiertan los techos de Machuca, un pueblito de pocos habitantes ubicado a 4000 metros de altura. Se aprecia sobre la ruta que lleva a los géiseres un maravilloso e inmaculado despertar blanco desde un pueblo fantasma, bajo el frío riguroso del altiplano.

Todo visitante contempla en silencio este verdadero rito de pureza que los atacameños bautizaron como “el abuelo que no deja de llorar”, paso previo a los géiseres de la bienvenida mientras un sol naciente entre fumarolas de hasta diez metros de alto despliegan su energía entre piedras y rocas volcánicas. Un fenómeno que despierta la imaginación transportándonos tanto al origen del mundo como al espacio sideral.

Este extraordinario fenómeno geológico: el agua contenida en las entrañas de la tierra expulsada hacia la superficie, provoca maravilla, asombro, deleite; el llano alumbrado por los primeros brotes del sol que asoma tras las altas murallas rocosas, donde ‘el humo’ de vapor nace por cerca de un centenar de bocas con un ruido que estremece con sus aguas a 80 grados centígrados, es asombroso.

Termas, frío, vapor, paisaje semejante a la superficie lunar, dificultad para respirar debido a que el oxígeno escasea a esa altura… son parte de esta experiencia que estimula todos los sentidos a la vez y permite comprender en parte la magnificencia de la naturaleza de este paisaje que contiene al tercer grupo de géiseres más grandes del mundo.

UN MAR O LAGO INTERIOR

Otro enclave desértico en esta zona que fascina con su increíble geografía y que no tiene símil en la naturaleza se observa en el Valle de la Luna, con sus increíbles formaciones rocosas. Este paraje desértico y punto de atracción turística, ubicado a 13 km al oeste de San Pedro de Atacama, fue declarado santuario de la naturaleza en 1982, y es parte de la Reserva Nacional Los Flamencos.

Junto con al Valle de la Muerte, este lugar es único, ya que se trata de una depresión próxima a los 440 km² de la llamada cordillera de la Sal, en la cuenca del salar de Atacama.

Las extrañas formas geológicas, únicas en su género, señalan que aquí existió un gran lago o mar interior a finales de la Era Terciaria formada por la cuenca hidrográfica del volcán Licancabur, cuyos arrastres formaron la base de la cordillera de la Sal, los que constituyeron la base del terreno que luego fue modelado a lo largo de varios milenios por la erosión fluvial y eólica, que tallaron el suelo formando crestas con puntas abruptas, hondonadas, montículos de colores grises y ocres, que le dan esa apariencia lunar.

Aquí se puede observar un escenario de belleza indescriptible, donde se une la monumentalidad arquitectónica, los quiebres de líneas y volúmenes de la escultura y el cromatismo de la pintura con sinigual armonía y belleza natural.

MURAL MULTICOLOR

Agregando una nota más a la belleza de esta pródiga tierra de milagros naturales, se encuentra otro lugar próximo a San Pedro, donde la naturaleza alcanza un punto cúlmine.

Se trata del Valle del Arcoíris, un gran mural multicolor que cubre los cañones, acantilados y zonas rocosas con intensos rojos, bermellones, anaranjados, ocres y amarillos con múltiples tonalidades y combinaciones salpicadas con revestimientos blancos y hasta verdes resplandecientes, que convierten este lugar en un paraje pintado por una mano invisible y grandiosa que maneja el cromatismo y la armonía supremas que deleitan la vista y reconfortan el espíritu.

ENIGMÁTICO & ALUCINANTE

En la misma localidad del  Valle del Arcoíris se ubican los Petroglifos de Yerbas Buenas, un gran centro de arte rupestre, con representaciones zoomorfas y antropomorfas, el que traduce en dibujos pétreos los enigmas y la mirada del hombre prehistórico de la región. Es la colección más grande de arte rupestre que existe en la zona de San Pedro de Atacama.

Este lugar, con vista peculiar desde donde se puede observar todo el desierto, con su inmensidad sobrecogedora, permite admirar estas formas artística fascinantes que constituyen un lenguaje ritual y secreto, que expresa a través de imágenes las interpretación del mundo y la comunicación del hombre con el mundo superior, y que nosotros tenemos la dicha de compartir. 

El desierto, así como provoca alucinaciones, también se reproduce a sí mismo, como un espejo, como un eco; y llena la imaginación del hombre que conoce su grande y su enigma, el que va aparejado con su oculta fuente de riquezas y energía sin par.

Otras lecturas

Suscríbete a nuestro Newsletter