En estos días en que nos aproximamos a las elecciones, en los medios es frecuente encontrar artículos acerca de los candidatos a ocupar los distintos escaños y de las coaliciones y sus estrategias para logra el poder. Se habla menos eso sí de lo más importante: ¿Cómo movilizar a la gente a votar y por qué. Esa es la pregunta de fondo; ¿por qué los varios millones de chilenos que estamos inscritos en los registros electorales debiéramos ese día hacer un esfuerzo y concurrir a votar?
Esta pregunta «sin embargo» no es fácil de responder. Al menos no lo es para los chilenos que hoy tienen menos de 35 años. Ellos no han tenido clases de educación cívica, no tuvieron que luchar para recuperar la democracia, seguramente crecieron escuchando decir a sus padres que la clase política era lo peor y los pocos titulares que ven en los medios no les transmiten un mensaje muy claro respecto de la utilidad de emitir un sufragio. Los jóvenes de hoy creen probablemente que la sociedad existe por sí misma y que el participar activamente en las elecciones no afecta en nada lo que ocurra en ésta y no genera cambios en la convivencia social.
Lo anterior evidentemente no es cierto y para demostrarlo baste recordar a la analista Hanna Arendt. Ella afirma que la esfera pública está basada en la igualdad y en la universalidad de la ley. No todos nacemos iguales, pero nos volvemos iguales ante la ley y ante los demás. La vida política se basa sobre la idea de que podemos “construir igualdad”, pero, esa construcción requiere de organización reconociendo nuestras diferencias y nuestras limitaciones (Arendt, 2005). La convivencia social implica la construcción de un espacio público, ya que la conducta cívica no existe desde el punto de vista de la esfera privada. El sujeto requiere pues hacer un esfuerzo, un sacrificio para pensar en el bienestar público antes que en el propio, a fin de arribar a la construcción de consensos. La democracia requiere entonces de la búsqueda de consensos para la convivencia. Ser democrático, por definición, implica ser tolerante, aceptar que el conflicto y que el disenso es parte de la actividad política, implica saber tender “puentes” para la construcción de una vida en común.
El problema estaría entre otras cosas en que los jóvenes no han sido formados como ciudadanos. Han sido formados como consumidores. Como consumidores el mercado nos ha entrenado en los mecanismos necesarios para obtener la satisfacción inmediata, mientras que como ciudadanos, la política requiere de diálogo y tolerancia, procesos que no necesariamente se logran de manera rápida sino que requieren de voluntad y de paciencia. Los consumidores sabemos de derechos, no de deberes.
Menuda tarea tenemos entonces por delante. Formar ciudadanos de una vez por todas. De lo contrario se corren muchos riesgos, de los cuales el más leve es vivir en un espacio que no hemos contribuido a construir y gobernados por representantes que nosotros no hemos elegido.