El tiempo deja marcas y huellas en las superficies, lo mismo sucede en el soporte de la obra de Gabriela Robin. La artista que reside en pleno centro de Viña del Mar conmemora 20 años creando desde la abstracción con gran riqueza cromática una serie de obras pintadas en óleo y, a posteriori atrapantes grabados donde el tiempo y el espacio son sólido interés y las relaciones sociales un ejercicio de desaceleración, para que nos detengamos a pensar, escuchar y observar todo aquello que define nuestro entorno y que muchas veces decidimos ignorar.
En 1999 la artista realiza el proyecto Gabriela canta en colores llegando a los límites de la expresividad con instalaciones y un conjunto de otros lenguajes. “Investigué y escogí 8 poemas que hablaban solo de maternidad, cosa extraña pues no se sabe si la poeta tuvo un hijo o no”. La performance que reunía arte, música y poesía fue presentada en gran parte de Europa por el maestro Hugo Pirovic (miembro por más de 35 años del grupo Congreso) quien tuvo la misión de musicalizar la muestra.
Entre otros trabajos de Robin, destaca la exposición El mágico periplo, presentada en el Teatro del Lago de Frutillar, además de Travesía, Marco Polo estuvo allí, presentada en la Corporación cultural de Viña del Mar. Con un expresionismo abstracto muy marcado Gabriela Robin expone en la Fundación Pablo Neruda Mitos y leyendas de Chilhué, en lo que sería una de sus últimas obras con la técnica de pintura al óleo sobre tela.
La Elegancia del grabado
A partir de este período la artista es atrapada por la técnica del grabado (deja en stand by la pintura) y presenta la instalación Meditación del Poeta en tiempos de Oriente. En un escrito propio, Gabriela revela parte del proceso que conduce a la inspiración. “Quizás hay que remontarse a imágenes oscuras, subyacentes en los canales de la memoria afectiva, donde la niñez solitaria, las pasiones de la adolescencia y la madurez, van dejando su impronta, se van manifestando las inquietudes del alma”, consigna el papel, aludiendo probablemente a la temprana muerte de su padre (francés de primera generación), quien en vida enseñó el idioma del amor a su hija, potenciando a la vez su caudal artístico.
Como anécdota que define en parte su personalidad, Gabriela nos habla de aquellos años en que acompañó a su esposo – el prestigioso académico español de la Universidad de Valparaíso, Ernesto Fernández, quien fuera otrora prorrector de esta Casa de Estudios y profesor titular e investigador en el Departamento de Ciencias Químicas y Recursos Naturales de la Escuela de Química y Farmacia – a Madrid con tal de hacer un doctorado. “Era la España de Franco, 1968, y yo era una mujer moderna. Mi pintura abstracta lo demuestra. Nos encantaba viajar adonde fuese de camping”, relata. Por lo mismo aún conserva muchas de sus obras sin enmarcar, al parecer es una mujer de espíritu libre.
Redacción e imágenes Cristian Muñoz Caces