El cuerdo de África fue el escenario desde donde dos jóvenes profesionales, María José Goles y Carolina Erazo, comienzan a tejer un relato iniciado en 2019 y que impacta el corazón de todo quien se adentra en esta historia. Es una narrativa que emociona, sin duda, pero también nos lleva a reflexionar acerca de cómo los lazos creados desde el amor y la empatía, llevan a generar un círculo virtuoso capaz de traspasar fronteras.
IG @hatuajoyas
Por Marcela Cademartori
Fue en el año 2019 en que María José y Caro – profesora y nutricionista – se conocieron en Etiopía mientras realizaban un voluntariado en dicho país. A esta historia se suma Enat, una mujer etíope, y su pequeño hijo, Gori, quienes fueron un motivo inspirador para todo lo que vendría tiempo después.
Con cerca de cien millones de habitantes, es preciso destacar que en los sectores rurales del país de África oriental, los niños no asisten a una educación como la conocemos. “Ellos deben partir a la capital para estudiar y eso implican tener recursos”.
Esta compleja realidad y el vínculo de amistad que entablaron con Enat las llevó a pensar qué podían hacer para ayudarlos. “Ahí nace la idea de este emprendimiento de vender joyas por Instagram – Hatúa Joyas – con tal de destinar los recursos obtenidos para financiar la educación de Gori, quien actualmente tiene nueve años”.
Para incorporar algo de contexto, Jose y Caro relatan que en dicho país las mujeres y niñas son las encargadas de abastecer de agua a la casa, debido a lo cual, en su gran mayoría, no pueden asistir al colegio. “Hay una gran brecha entre hombres y mujeres. Es un escenario totalmente diferente al que se vive acá en Chile. Sin embargo, es esencial entender el contexto cultural en el cual ellas y, en general, toda la población se desenvuelve. Creemos que se pueden establecer mejoras, pero siempre desde la base de no interferir en su cultura”, explican las jóvenes.
María José hace una emotiva reflexión: “A los niños no les dan un nombre hasta los dos años. La probabilidad de que su vida dure más que eso, es escasa, porque literalmente se mueren de hambre. A los siete años, recién los inscriben y les dan certificado de nacimiento. Pero en ese tramo, se fueron muchos niños a los que nunca los llamaron por su nombre, ni tampoco tuvieron una fecha en la cual celebrar su cumpleaños. Sin embargo, a pesar de todo, la gente es feliz. Se valora la oportunidad de un nuevo día y se celebra. Así se vive en lugares donde la muerte es algo tan inminente y común”.
A este primer proyecto con Gori, María José y Carolina sumaron a otro pequeño al cual buscaron financiarle su educación. Sin embargo, por razones de salud, tuvo que viajar a España, país en donde lo adoptó una familia.
UN MENSAJE DE RESILIENCIA
Luego de algunos años por restricciones de la pandemia, ambas jóvenes volvieron este 2022 a Etiopía, una nueva aventura que hoy relatan con la misma emoción de la primera vez. Ansiosas, se animan a contar su nueva experiencia en dicho país y del proyecto en el que estuvieron apoyando, esta vez trabajando con una comunidad de jóvenes adolescentes entre 9 y 16 años.
“En cada proyecto lo importante es que estos nazcan desde la necesidad que se da en los territorios y no al revés. Creemos que además se deben generar planes sustentables en el tiempo. Hacer un voluntariado de una sola vez no basta. Los proyectos deben nacer en un contexto y hacia un enfoque comunitario, de manera de que se puedan mantener en el tiempo”.
“Al aterrizar por tercera vez en Etiopía, me di cuenta de que, por un lado, nada había cambiado y, por otro, ciertas cosas se habían extremado. Pude ver cómo una pandemia y una guerra civil son capaces de llevar aún más al límite la desnutrición y la falta de recursos básicos como el agua. Como este país nunca fue colonizado, la gente sigue siendo de risa fácil, del abrazo apretado y de compartir la injera (pan etíope)”, comenta María José.
Conocer la realidad de Etiopía contada por estas dos jóvenes, nos lleva a descubrir un país que nos regala la bondad y la sencillez de su gente, pero que también nos sensibiliza frente a un escenario en donde desnutrición, falta de educación y desigualdades son parte de su día a día.
Parecieran que gritaran al mundo que a veces no se requieren grandes cosas para ser felices y que la resiliencia se convierte en ese gran valor que nos hace ser mejores personas. Un mensaje que Hatúa Joyas trae hasta este país llamado Chile.