¿Qué tuvo Irlanda que se convirtió en uno de mis países top ten en mi lista de viajes? Onda. Pasear por las calles de Dublín entre edificios estilo Harry Potter, conocer la historia detrás de sus puertas de colores, entrar a sus pubs alegres y llenos de música, o visitar Cork, una encantadora ciudad con vistas increíbles de sus edificios reflejados en el río, son parte de un viaje al que quiero volver. Viajar en tren hasta Belfast, a la otra Irlanda, disfrutar de un paisaje muy parecido a nuestro sur y caminar la historia, selló la experiencia.
Por Marisol Ortiz Elfeldt
Partamos por el principio: El taxista
Llueve en Dublín. Puedo tomar un bus o un taxi, escojo esto último. En la fila, una persona va evaluando qué taxi es mejor para ti ya que es diferente si vas sola con una maleta o es una familia grande con mucho equipaje. A mí me tocó Bob O’Donnell, un señor de 93 años, ¡sí, 93! Ha sido taxista toda su vida y orgulloso de serlo. Me conversó todo el camino, y me dio los mejores datos que pude tener. Gracias a él llegué a lugares que turísticamente jamás hubiera conocido. Me dijo que tuviera cuidado con los ‘touristic traps’ señalándome algunos nombres que aparecían en los folletos y que cobraban más de lo que correspondía. ¡Le hice caso en todo y no se equivocó en nada!
A pint of beer, un ‘must’
Mi hotel era precioso, como me gusta, histórico, pequeño y muy acogedor, en pleno centro de la ciudad. El vuelo se había retrasado y llegué sobre las cuatro y media de la tarde, hora en que en invierno comienza a atardecer. Tenía hambre, decidí aprovechar de caminar un poco y conocer los alrededores y buscar algún lugar. Una esquina pintada de verde oscuro y rojo, sin ventanas exteriores con letras grandes en donde se leía ‘John Kehoe’s established 1803’ me llamó la atención. Me gustó que fuera antiguo y entré. Estaba repleto de gente conversando y riendo. Sería mi primer encuentro con el espíritu irlandés. Me acerqué a quién estaba en la barra y le pedí una ‘pint of beer’, una ‘pint’ es casi medio litro, y le pregunté por algo para comer. Me respondió ‘aquí no hay nada para comer, sólo cerveza’. Así que tomé mi cerveza y me dispuse en un rincón a observar, fascinada con escuchar el acento irlandés.
El lugar aún tenía vestigios del siglo XIX. Era estrecho pero no incómodo, había un par de mesitas al fondo pero la mayor parte de los parroquianos estaban de pie en un ambiente distendido y cordial. Y en los pubs no turísticos sucedería más o menos lo mismo, nada para comer, sólo cerveza, whisky o un Irish Coffee y adultos mayores con sus violines, flautas y guitarras entonando canciones irlandesas, las que todos cantan, aplauden y bailan. ¡Una vibra de donde es difícil escapar!
Historia y Cultura, Harry Potter incluido
Paseo por el salón de la biblioteca de la universidad más antigua de Irlanda, Trinity College, creada en 1592. Aquí se filmó una parte de la saga de Harry Potter. Bustos de grandes eruditos como Homero y Aristóteles custodian las numerosas estanterías con libros de tapas antiguas. Me siento como un mago deambulando por los pasadizos de Hogwarts a la espera que aparezca Severus Snape. Es una de las bibliotecas más bellas del mundo. En otro edificio aparte se encuentra el Libro de Kells, que data del año 800. Me sorprende la manera en que se exhibe, mediante el uso de videos interactivos se puede ver la manera en que los monjes escribían e iluminaban con minerales y láminas de oro las páginas del libro. También se puede ‘conversar’ con Shakespeare o Keats. Es algo mágico.
“No te puedes perder ir a Cork”
Me dijo la recepcionista del hotel. Así que averigüé a qué hora salía el tren y partí. Al llegar a la estación Heuston y ver el espléndido edificio de 1846 frente a mí, no pude evitar pensar en lo importante que es preservar la historia y el patrimonio. Por dentro es moderna, con locales comerciales, restaurantes e incluso un piano público para quien quiera pueda tocar.. Escucho por los parlantes la melodía de Hans Zimmer de la película ‘Interestellar’ y creí que era música envasada y no, era alguien que la interpretaba en un piano vertical grafiteado en blanco y negro. Lo hacía mientras esperaba su tren.
Al llegar a Cork, ciudad cuya historia vikinga data del siglo VI, y es el segundo puerto más importante del país, el día estaba despejado con un cielo azul diáfano. Me maravillo con los reflejos de los edificios estilo georgian sobre el río Lee, y su gente, agradable, atenta y acogedora. A pesar del frío, había mucho movimiento en las calles, restaurantes y tiendas. Finalicé el día antes de irme de regreso comiendo un Irish Stew en un restaurant llamado Oliver Plunkett. El tren llegaba a las 11 de la noche a Dublín y a esa hora nada está abierto. Todo cierra temprano. Caminé desde la estación al hotel, unas diez cuadras, disfrutando de las luces de las calles, la llovizna produce unos reflejos en el pavimento que son preciosos.
Belfast, la otra Irlanda
Decidí que no podía no ir a Belfast, capital de la Irlanda del Norte, la británica. Así que a comprar los boletos a la estación correspondiente y partir. Son cuatro horas de viaje. Belfast es la ciudad que sufrió lo peor en el conflicto de Irlanda del Norte, y eso se nota. Existe un barrio obrero con murales alusivos a mártires de la causa, como también a la reina Isabel II y al hoy rey Carlos III. La gente destaca la lucha en la segunda mitad del siglo XX como el hecho de que fue el principal astillero que tuvo Inglaterra y en donde se construyó el Titanic. Es una ciudad algo más apagada que Dublín, pero igualmente bella con su arquitectura neoclásica, amplios y verdes jardines, y también muy ordenada.
¿Y los datos del taxista?
Les puedo contar que fui al Pub más pequeño de Dublín, ‘The Dawson Lounge’, y es realmente mínimo. Con suerte entrarán diez personas, es muy bonito. Y aunque la calle top es Grafton Street, donde están las mejores marcas y tiendas, la recomendada por Bob fue South King Street, con tiendas de moda de autor, galerías de arte y comercio de diseño. El pub más famoso es ‘The Temple Bar’, y sí, estaba lleno de turistas. Así que me fui al que me sugirió, un lugar del año 1198 llamado ‘The Brazen Head’.
Con solo ver su estilo medieval ya me gustó, y aún más cuando al entrar escucho la algarabía de la música y el canto de todos los presentes. Lo bueno es que tienen al fondo un restaurant con comida típica, y como está fuera del circuito turístico, se nota que va gente del lugar lo que lo hace mucho más entretenido e interesante. Y un dato curioso es sobre las puertas de colores de las casas, que se ven tan pintorescas. Se dice que se pintaban de diferentes colores para que el hombre después de haberse tomado sus buenos whiskys en el pub pudiera identificar cuál era la suya ya que las townhouses son todas iguales. Pero cuando la mujer se enojaba, la pintaba de otro color.
Obviamente que fui a los lugares típicos como La Iglesia de St Patrick, la fábrica de cerveza Guiness que es realmente un disneylandia de la cerveza, tres pisos de información y entretención incluso para niños. Imperdible los museos, especialmente el Museo Nacional de Irlanda, de Historia y Artes Decorativas instalado en un imponente edificio palladiano victoriano de 1890 rodeado de verdes jardines. Y las iglesias hechas pubs, como el conocido ‘The Church’.
El regreso: Policías esperando el avión
Llegamos a Madrid, y veo por la ventanilla tres autos policiales con sus balizas azules rodeando el avión. Un bus con personal armado, y varios policías esperando que bajaran la escalera. Primero pensé que el avión había tenido algún problema, pero una vez subieron me vi dentro de una película. “Todos con sus pasaportes a la vista, por favor, pasando de a uno” dijo uno de ellos en voz dura e imperativa. Todos los pasajeros nos mirábamos. Hasta que supimos que buscaban a tres irlandeses vinculados a un grupo terrorista. Lo último que supe fue que al menos habían dado con dos de ellos. Y así pasa a veces en los viajes, ¡la aventura acecha! ¡Slán!