En un retiro poco ortodoxo, al compás del silencio y con previa meditación, Paula Swinburn se arrodilla frente al lienzo, tela, vidrio o acrílico para iniciar un viaje a través de los colores y del movimiento, un recorrido que en forma de danza pictórica explora su mundo interior con resultados impredecibles. La artista olvida el mundo discursivo y se aboca a la representación de lenguajes mudos, que le otorgan una impronta característica a sus pinturas. “Mi trabajo consiste en expresar mi mundo interno, en borrar toda distancia del viaje desde el interior al papel, quedando no sólo la obra, sino también la experiencia. Mis pinturas son pequeñas ventanas de conciencia, formas llenas de contenido que se ven únicamente en el interior del alma”, confiesa la realizadora.
El estilo explorado por Paula muestra pequeños microcosmos llenos de colores que se combinan en equilibrio y armonía. La contemplación del instante, la belleza del momento y la experiencia personal son algunas de las enseñanzas que dejan las obras de Swinburn en la mente del espectador. “Mi gesto pictórico tiene que ver con la necesidad de vivir la pintura de una manera corporal, emocional y mental a la vez. Es la necesidad de mi esencia, es mi forma de ser, y de darle vida a la obra”, asegura la artista desde su taller en Vitacura.
Paula no es una teórica, ni le interesa definir su estilo, técnica, o a qué movimiento o generación pertenece, si bien su impronta – previa elección de colores – sobre el papel o tela arrojada al suelo donde involucra todos sus sentidos y armónicos movimientos corporales, ha sido comparada a Jackson Pollock, influyente pintor estadounidense y una importante figura en el movimiento del expresionismo abstracto.
Recuerda esa fascinación por la pintura desde su niñez, especialmente al observar en el living de su casa las obras de su bisabuelo Enrique Swinburn Kirk. Cuadros que la llevaron a observar los amaneceres, atardeceres, los colores de los paisajes, las luces, las sombras… Su madre le regalaba conjuntos de artes en cada navidad e inventaba concursos entre sus hermanos, estimulando el talento y fascinación de Paula, quien ya a los 9 años iniciaba sus primeras clases de pintura con Teresa Gacitúa.
A los 18 años ingresaría a la Facultad de Artes de la Universidad de Chile, para luego estudiar fotografía con el maestro Luis Poirot culminando en escultura con Francisco Gacitúa. Aunque cada uno de estos mundos otorga un aporte significativo al caudal creativo de Paula Swinburn, es sólo en la pintura donde encuentra el momento de mayor conexión con la vida, con la esencia, donde se respira el presente y la armonía. Según ella misma describe “aquel espacio diminuto e inmenso que hay entre palabra y palabra, donde prevalece el silencio, la quietud y la contemplación donde están nuestras mayores reservas de vida y creatividad, nuestro origen”.
Dos Caras
Hoy la artista santiguina, madre de cinco hijos y casada con el prestigioso cineasta Mario Velasco, expone en el Centro Cultural Mapocho (hasta el 15 de octubre en el Hall Emilio Jéquier) la obra “Dos Caras”, trabajo que saca a la luz a través de la transparencia esa pintura escondida en el reverso del soporte, permitiendo recorrer la obra, para poner al descubierto esa nueva imagen que generalmente se encuentra oculta ante los ojos de los espectadores y de su propio creador.
Paula Swinburn relata que hace un año atrás descubrió en una de sus obras (en forma azarosa, podríamos decir) esa pintura oculta al intentar quitar la capa de papel superficial. “Fue realmente alucinante encontrarme con esa otra obra. Es la pintura que está sucediendo en forma inconsciente al reverso de lo que yo estoy presenciando en ese mismo instante, es decir, aparecen colores y tonalidades totalmente nuevas, es como redescubrirme”.
Entendiendo que la artista selecciona ciertos colores “que dialoguen mejor entre ellos”, dicha selección obedece al propio estado de ánimo de cada mañana (hora en que Paula pinta desde hace más de 20 años). En la gama de tonalidades que nace al reverso de la obra de Swinburn se descubre mucho color, más brillo, mayor intensidad. “Creo que eso es muy positivo”, señala.
En la sala de exposición algunos cuadros reposan colgados en arcos brindando al espectador la posibilidad de recorrer la obra por el anverso y reverso, de vivirla especialmente, de entrar paulatinamente en la tridimensionalidad e interactuar con ella, proceso que para Paula Swinburn otorga el toque final a su pintura.
Texto: Cristian Muñoz Caces
Imágenes: Gentileza Paula Swinburn