Estos días en que las cifras de contagio y de muertes producidas por Coronavirus ya están bajando, se habla de retornar gradualmente hacia la ansiada “nueva normalidad”. Este proceso implica naturalmente asumir que, por los efectos de la pandemia, nuestra vida en común será distinta, ya que para poder volver a convivir y no contagiarnos debemos aprender a hacerlo de otro modo.
La pandemia además de exigirnos cambiar nuestro “modus vivendi”, ha dejado al descubierto muchas falencias e inequidades de nuestras ciudades. Por lo anterior, urge pensar nuevos modos de concebir y planificar la ciudad, además de nuevos modos de habitarla
En el caso de Viña del Mar es evidente que la ciudad muestra una serie de problemas. En un trabajo de difusión, diagnóstico e interacción Viña piensa su futuro – desarrollado por el municipio para fomentar la participación de vecinos en la actualización del Plan Regulador Comunal, dado a conocer a mediados del año pasado – se muestra cómo los vecinos visualizan las deficiencias de su comuna.
El diagnóstico, efectuado en 12 sectores sumando la participación de 842 vecinos, denota – según ellos – que los principales problemas de la ciudad son: desarrollo urbano, seguridad comunitaria, medioambiente, gestión de tránsito y gestión municipal.
Asimismo, los viñamarinos consultados hacen hincapié al déficit de vialidad urbana, falta de accesos, puentes, pasarelas, congestión vehicular, déficit de conservación y/o mantenimiento de áreas verdes o patrimonio natural, déficit de alumbrado público, microbasurales, falta de mantención de pavimentos en calles y/o veredas, falta de locomoción colectiva.
A lo anterior, yo sumaría que los espacios de la ciudad son cada vez segregados. A una geografía que es bella pero que ciertamente dificulta el acceso y la movilidad natural, se han ido sumando algunos factores, como los desplazamientos de muchas familias que vivían en barrios o centros del plan a sectores más periféricos como Reñaca y últimamente la joven comuna de Concón.
El aumento explosivo de los campamentos y tomas debido entre otros factores a la escasez de viviendas para familias más modestas, que rodean el centro urbano de la ciudad, ha sido otro factor que aumenta la segregación, amén de generar nuevos conflictos.
De acuerdo a Ciudad Justa, “una buena ciudad puede evaluarse por su capacidad para conectar a sus ciudadanos, hacerlos partícipes de sus múltiples beneficios, al tiempo que atraen a nuevas personas que viven fuera de la ciudad y de sus oportunidades…
Una ciudad que propende a facilitar encuentros entre personas diversas es una ciudad más rica, más inteligente e inclusiva. Y es que un espacio que conecta a sus habitantes es una comuna que aprovecha al máximo la diversidad de talentos; en contraste “una ciudad segregada, los desperdicia”. (Centro de estudios horizontal Santiago 2018).
Por lo tanto, en una época post pandemia los desafíos de la ciudad son múltiples: rediseñar su espacios para que los ciudadanos podamos circular en forma libre y segura, minimizando los riesgos de contagio, atender los problemas indicados por los vecinos en estudio del plan regulador y transformarse en un espacio inclusivo y acogedor.