No tiene el encanto o la efervescencia de lugares como Cancún o Playa del Carmen, pero tampoco su ruido ni gentío. Ubicado al sureste de México, en el estado de Quintana Roo – reserva arqueológica de fácil acceso si te animas a recorrer algunos kilómetros – y a 90 kilómetros de Chichen Itzá, ruinas bastante más conocidas, Cobá esconde grandes secretos que la arqueología y el turismo recién están conociendo.
La carretera que conduce a Cobá, que significa en maya aguas turbias, es buena. En menos de una hora desde Playa del Carmen –si no sucumbes en el camino a la compra de artesanías, alimentos o la visita de cenotes de las más variadas calidades- accedes a lo que fue la vida en un poblado maya, de esos precolombinos, conociendo cómo se organizaban y vivían.
Claro, lo más emocionante es que se desvelan algunos misterios de esta enigmática civilización, de esos que intrigan tanto a la ciencia y a la arqueología como a los visitantes que llegan. Pero aún queda mucho por descubrir.
Esto es literal: una muy pequeña parte -se habla de un diez por ciento – se ha desenterrado desde que se descubrió a mediados del siglo XIX. A la llegada de los españoles estaba deshabitado aunque su historia es larga porque se han encontrado vestigios de la presencia de humanos que datan entre 100 a C y 300 d C.
Fue recién en la década de los setenta que comenzó a ser estudiado por especialistas. La selva y el tiempo habían dejado su marca y hacían muy difícil el acceso, por lo que hoy se puede conocer solo una pequeña parte de lo que fue este grandioso sitio de la civilización maya clásica.
CAMINO BLANCO
Cobá es una reserva arqueológica maya de más de 70 kilómetros cuadrados a la que se ingresa pagando un valor por visitante. Se encuentra abierta de 8 a 17 horas. Aquí hay que llegar con ganas de moverse porque es grande – se estima que la llegaron a habitar poco más cincuenta mil personas- y se recorre a pie, en bicicletas individuales o en triciclos de transporte (trici-taxi), si se prefiere. Todo esto por senderos amplios de tierra blanca y piedra caliza también llamados sacbé (camino blanco).
Su entramado de vías llama la atención ya que son más de cincuenta, llegando el más largo de ellos a extenderse por unos cien kilómetros hasta Yaxuná, cerca de Chichén Itzá. Para recorrerlos es mejor de mañana, y así evitar que el calor estropee el paseo. Aquí el sol pega fuerte. Es implacable a ratos. Por eso es bueno andar con agua fresca, sombrero y zapatos cómodos.
JUEGO DE LA MUERTE
Este lugar, que llegó a ser una de las ciudades más grandes de la zona, se puede visitar solo o con la compañía de un guía, esto es aconsejable ya que ellos saben qué significa cada piedra a la que el visitante puede ignorar a pesar de su tamaño. O comentar cosas como que aquí hay árboles que esconden en su interior un veneno que es contrarrestado con lo que produce otro que crece siempre a su lado. Algo así como un ying y yang forestal.
A poco andar uno comienza a imaginar, más fácilmente si es con la ayuda de algún habitante local, cómo se desarrolló la vida en su interior, la organización y el sentido de las construcciones. También cómo era ese juego de pelota hecha con la goma que desprendían los árboles y que ha pasado a la historia por la valentía de ambos equipos participantes. Uno de ellos, el perdedor, debía morir.
Acá hay una cancha donde varios siglos atrás literalmente los hombres que corrían en ella se jugaban la vida tratando de meter el balón con un golpe de cadera en un orificio ubicado en altura. La construcción que se mantiene en muy buen estado es imponente y algo amedrentadora por la leyenda que la rodea.
EXPLORANDO LAS ALTURAS
Acá la piedra está muy presente. Hay varias edificaciones de altura- entre las que se cree una destinada a la observación astronómica. Entre ellas destaca la pirámide Nohoch Mul, que tiene 42 metros de alto. Los que se animen a subir sus numerosos escalones serán premiados con una vista incomparable de la tupida selva que rodea el complejo. Claro que si el estado físico no es el mejor o se tiene miedo a las alturas es recomendable quedarse en la seguridad de la tierra firme porque no se disfrutará tampoco el descenso, que para mayor seguridad muchos hacen sentados arrastrándose entre uno y otro de los 120 escalones.
De piedra también son las llamadas estelas, que tal como letreros callejeros, se ven enterradas por el camino. Doblegando la altura y anchura de un ser humano, estas figuras monolíticas entregaban información, tal como un diario, sobre diferentes situaciones de la época en que era una urbe en apogeo, cerca del 800 d C. Los dibujos tallados cuentan cosas de relevancia para la comunidad de entonces como algunos eventos astronómicos, así como de los gobernantes de esta tierra que comenzó su ocaso en el 1000 d C.
Se cree que el crecimiento de Cobá se debió a su cercanía a los lagos que la rodean y que le dieron el nombre, el más grande del sector es el Macanxoc, y también a los cenotes.
BAJO LA TIERRA
Si hay algo en esta zona que intriga y atrae son los cenotes que significa “caverna con agua”. Hay más de diez mil solo en la Península de Yucatán y han despertado las más afiebradas teorías sobre su origen. Para los mayas eran su nexo con el inframundo al que ellos llamaban Xibalba. El lugar donde habitaban dioses y antepasados.
Estos pozos se clasifican en tres tipos: a cielo abierto, semiabiertos y subterráneos. A esta clasificación pertenecen los más conocidos de Cobá. A seis kilómetros de las ruinas arqueológicas se pueden visitar tres y cada uno es muy diferente entre sí. Se encuentran dentro de un mismo parque, están a varios metros bajo tierra y comparten el horario de visita que es de 8 a 18 horas.
El primero de ellos es el cenote Choo-Ha (agua que gotea). Si no fuera por el cartel que anuncia su presencia su entrada pasaría inadvertida entre los árboles y piedras que lo rodean. Para llegar hasta sus aguas hay que descender una escalera que de a poco nos va trasportando a un mundo subterráneo, húmedo y silencioso.
De mayor tamaño que el anterior acá se puede ver vegetación interior colgando. Además debido a su altura se construyó una serie de escaleras con descansos que permiten a los bañistas arriesgados lanzarse de hasta unos siete metros de altura a las aguas cristalinas que llegan hasta unos 35 metros de profundidad.
Multun-ha (cerro de piedras) es el último de esta trilogía y fue descubierto hace menos de 20 años. Aquí la cavidad interior es más amplia y sus aguas más profundas y frías. Es el único de los tres que cuenta con un cuidador en su interior y existe la posibilidad de arrendar chalecos salvavidas. Tiene una especie de terraza rodeada de agua por la cual se puede transitar y desde ahí bajar a nadar o hacer snorkel, el cual también se puede arrendar al llegar.
Cobá y sus alrededores ya no viven el esplendor de sus mejores años pero hoy es un verdadero paseo que fusiona la historia y las sorpresas que ofrece la naturaleza.
Texto e imágenes por Claudia Andrea Contreras