Pueblitos de color azul, campesinas vendiendo sus hortalizas, aromas de especias, pigmentos de colores, mar Mediterráneo, el sonido de los dialectos rifeños mezclados con el árabe y el francés, naranjas que cuelgan de los árboles en las calles o adornan una fuente de agua. El norte de Marruecos aún es poco turístico, los pueblos y ciudades reciben el pasar de sus habitantes, hombres vestidos con sus chilabas y mujeres cubiertas con sus hiyabs. Se respira el aire musulmán, y yo soy una ‘dakhil’, una afuerina.
Relato y fotografía de Marisol Ortiz Elfeldt
IG @marisolortizphotography
“Marhaba”
La bienvenida (marhaba) comienza en la ciudad de Tánger donde nos espera Leonor, una cineasta española que divide su vida entre Barcelona y Tetuán, y será nuestra compañera de viaje junto a Marta, abogada y filóloga, y Silvia, bioquímica. Ambas también españolas. No conozco a ninguna, pero para mí eso no es problema, todo lo contrario, me encanta conocer gente nueva.
La primera parada – esperando el año nuevo 2023 – es a tomar un té con menta, bebida que será la compañía del viaje. En Marruecos está prohibido el alcohol. Vamos tomándole el pulso a esta ciudad con grandes avenidas hacia el Estrecho de Gibraltar. Su costanera es elegante, llena de palmeras, verdes jardines, calles y espacios limpios e impecables. Edificios de arquitectura árabe, y la gran muralla de piedra que contiene la ciudad antigua me entregan parte de su historia y cultura.
Luego visitamos una organización que ayuda a jóvenes mamás solteras musulmanas repudiadas por su familia. Quienes las embarazan no se casan con ellas porque ya no son ‘puras’. Aquí les entregan educación, alfabetización y herramientas para el mundo laboral, y cuidan a sus hijos para que ellas puedan trabajar.
“Los farolitos del amigo del rey”
Llegar a Asilah es entrar a una ciudad de cuento. Con el océano Atlántico a la derecha y sus casas marroquíes blancas a la izquierda, la avenida está llena de unos farolitos preciosos que iluminan el atardecer rosa que nos esperaba. Omar, nuestro conductor, nos dice que son fabricados por un amigo del rey, y están en todas partes y a montones. Pienso que son muy bonitos y le agregan un toque sofisticado al entorno.
A la mañana siguiente nos levantamos para ver el amanecer desde la terraza del riad en que nos alojamos, el cual goza de una maravillosa vista al mar. Tonos rosas y celestes van despertando a la ciudad en sus primeros días de enero. Pronto, nos encaminaremos hacia la medina en la tranquilidad de calles semi vacías donde me sorprende la limpieza, el orden, ylo bonito de sus plazas. Las veredas están llenas de árboles repletos de naranjas. ¡Me encanta caminar por aquí!
En una esquina veo tres hombres vestidos con chilabas blancas con sus capuchas puntiagudas, conversando. Me recuerda las pinturas de Claudio Bravo, nuestro pintor chileno que se avecindó en estas latitudes. Algunos hombres nos saludan al pasar, ‘Salam aleikum’, yo les respondo ‘Aleikum salam’. Las mujeres nos miran de reojo y bajan la cabeza.
Me dicen que la medina (ciudad amurallada) es la más antigua y la más bonita de Marruecos, y que ésta es la mejor hora para visitarla. Es verdad, casi no hay nadie y la luz es magnífica para hacer fotografías. Sus callejuelas laberínticas son para perderse, así que me aseguro de que el detenerme a fotografiar no signifique quedarme sola.
Camino sobre las piedras adoquinadas milenarias. Las puertas son una foto cada una, todas distintas, hay de madera tallada, con herrajes, y otras pintadas de azul añil. Las murallas son blancas, algunas con la mitad inferior en azul o celeste. Subimos y bajamos escaleras hasta llegar a la muralla medieval, y a una vista panorámica del océano Atlántico.
Poco a poco, la medina va despertando y se comienza a llenar de gente, los locales abren con sus ventas de pan, dulces, ropa, especias, pigmentos, utensilios, reparadoras de bicicletas, artesanías, un sinfín de comercio local. La algarabía del mercado, los cafés, el ajetreo, nos anuncian que el día en Asilah comenzó.
“Se me quedó el pañuelo en la van!”
Cambiamos de vehículo y mi pañuelo regalón se me ha quedado en el anterior. Ya vamos en dirección a Chefchaouen. Leonor me dice “no te preocupes, en Marruecos no se pierde nada”. Suspiro. La otra van iba en dirección contraria, difícil será rescatarlo. Pero bueno, ya estamos en esta ciudad maravillosa en la que recorreremos todo en sinfonía azul.
Las campesinas se sientan en el suelo con sus hortalizas, los hombres cosen ropa, reparan calzado, atienden negocios, hacen artesanía. Los cafés son frecuentados solo por hombres, vestidos con sus chilabas rayadas, marrones o blancas, fuman hachís en pipas hechas de madera, largas y angostas, talladas, con incrustaciones, o pintadas. Nosotras nos sentamos a tomar un té y nos atienden solícitos. Los demás nos miran curiosos. No hay turistas aquí.
Aprendiendo a cocinar cous cous
Estamos en las montañas del Rif, la van no puede subir por el estriado camino de tierra hasta la casa donde vamos así que con sólo una mochila al hombro partimos caminando cerro arriba. Los pastores con sus ovejas nos saludan al pasar, ‘Salam’, y nos topamos con uno que otro burrito pastando por ahí. El cansancio de la subida valió la pena.
Jbel Habib es un poblado rural en las faldas de las montañas. Como a mí me gustan las aventuras y los viajes distintos, éste me llevaba hacia el interior de la vida en el campo, a conocer una casa campesina y la de Mayte, una pintora española casada con un marroquí que será nuestra traductora de la lengua rifeña.
Shaida, una campesina de expresivos ojos azules y dulce sonrisa, y su marido que trabaja la tierra, nos abren su hogar con una amabilidad increíble, entregándonos una experiencia preciosa en este lugar recóndito y apartado compartiendo con su familia, conociendo cómo viven, su cultura y sus costumbres. Además, ¡aprendí a hacer el cous cous al estilo marroquí!
Allahu Akbar en las montañas del Rif
Antes de llegar a Tetuán, ciudad donde el Rey tiene su residencia de verano, pasamos por Oued Laou, un pueblito de pescadores a orillas del Mediterráneo, de arenas claras y mar tranquilo. Almorzamos pescado y mariscos frescos recién sacados de las redes de los botes,caminamos por la playa disfrutando este pequeño oasis. Fue el momento de respirar hondo y agradecer.
Ya en Tetuán, desde la terraza del riad, puedo observar prácticamente toda la ciudad. Es la 1 de la tarde y comienza el segundo llamado a la oración o ‘adhan’. Todas las mezquitas se unen en el canto monocorde de ‘Allahu akbar’ (Dios es el más grande), creando un momento sobrecogedor y mágico. Las siluetas de las montañas del Rif se dibujan alrededor.
Hora de partir, estamos en el aeropuerto Ibn Batouta en Tánger. El viaje ha sido hermoso, enriquecedor y he hecho nuevas amigas del mundo. Estoy despidiéndome de Ibti, nuestra guía tetuaní, cuando aparece Leonor, y ¡adivinen con qué! Sí, ¡mi pañuelo! Llegó a través de personas, de una a otra, “te dije que en Marruecos no se pierde nada”, me vuelve a decircon una sonrisa.