El mes recién pasado se cumplieron 20 años del estreno de Matrix, la película que para muchos cambió la visión del cine de ciencia ficción, la forma de ver y hacer cine, y por qué no decirlo, el modo de apreciar el mundo. Es decir que cuestionó varios conceptos arraigados en nuestro inconsciente y nos dejó esperando la llamada de Neo para ser rescatados del programa en el que estamos viviendo.
Demás está decir que los efectos especiales y la trama creada por las hermanas Wachowsky, más un buen reparto, eso tomando en cuenta que muchos de ellos no eran los “elegidos” en primera instancia por la producción, crearon una simbiosis única en donde la historia llegó a sernos tan real que caló hondo en los espectadores. Ahora, ¿cuál es el real aporte de la película?, personalmente creo que no va por su buena factura técnica, por el elenco, ni siquiera por la historia que tanto atrae, sino mas bien porque nos hizo preguntarnos a nosotros, los espectadores, cuál es el mundo en el que estamos viviendo, o si en verdad lo que llamamos rutina en nuestras vidas es lo real, lo palpable en nuestra monotonía existencial.
Esas preguntas llegaron rápidamente al ver al experto en computación Neo, tratando de buscar respuestas en su computador, lo más parecido a los libros sagrados en tiempos remotos. Un programador que sabe que algo no está bien el mundo, en su mundo personal, que lo tiene noche a noche buscando respuestas en lo profundo de la red. ¿Cuáles son aquellas respuestas que busca “el elegido”? Ciertamente aquellas que la humanidad se está haciendo hace miles de años; de dónde soy, hacia dónde voy y la más importante quién soy, que cierra el enorme enigma que muchos atribuyen a la religión o a la filosofía que es de donde aparece el razonamiento de Matrix.
Hay tantos temas apasionantes incluidos en la película, por ejemplo, el tema de la elección o el libre albedrío. Neo cree y necesita pensar que tiene el control de su destino y la realidad le cae en su cara cuando descubre lo contrario, que su vida ha sido una mentira y que recién ahora puede abrir los ojos ante una realidad difícil de entender. El mundo controlado por las máquinas, programas computacionales para dirigir una realidad que mantiene cautiva a la humanidad y una sola persona es capaz de liberarlos; una carga difícil de entender y de sobrellevar, por lo mismo apasionante de seguir a través de la pantalla de nuestro televisor, que de pronto también está intervenida por las máquinas o nuestros aparatos celulares, o los computadores que nos espían.
Tal vez suena algo paranoico o de conspiración, pero no creo que muchas de las teorías expuestas en esta película sean algo exclusivo de la ciencia ficción. Me parece que la frase: “La realidad suele ser más fuerte que la ficción” es más atinada que nunca, eso sí, cuál realidad; es ahí cuando todo comienza de nuevo porque las preguntas se hacen cada vez más complejas y las palabras no son lo suficientemente adecuadas para contener y entregar respuestas coherentes para nuestra percepción.
Asimismo podemos caer en un espiral de interrogantes porque no tenemos ningún asidero que nos permita centrar la conversación y por lo mismo dar respuestas que nos entreguen satisfacción alguna. Eso nos deja la película: una parte inconsciente de nosotros sigue buscando y se activa cada de vez que aparece un tema similar o alguna teoría que nos pueda dejar tranquilos en la búsqueda. Por tanto es una película que nunca acaba y que siempre es grato visitar para atrapar algún concepto que no habíamos percibido antes. Una historia de nunca acabar.
En su aniversario sólo recomendar verla de nuevo, ojalá en un cine, tal vez con un buen sistema de sonido y de imagen, que además cuenten con alguna persona con la que les agrade conversar porque cuando la pantalla se vaya a negro y aparezcan los créditos, necesitarán de alguien con quien hablar. Eso se los aseguro.
Por Jorge Lizárraga · Escritor