Encantadora, pintoresca, romántica. Intrincada, antigua, moderna. Real. Así es Lisboa, una ciudad inolvidable y que selló un viaje de treinta días por Europa. Me quedo con el recuerdo de una de las veladas más perfectas que he vivido. Me quedo con sus árboles de jacarandá, con su pastel de Belén, con sus artesanías extraordinarias, con azulejos decorativos en las fachadas de antiguos edificios, con su gente amable.
Fotografía y relato de Jonathan Arriagada
IG @jonasenviaje
Tremendamente bella, pintoresca, romántica. Reconozco mi grata sorpresa al conocer una de las ciudades más antiguas de Europa (en un comienzo imaginé que tendría un aspecto descuidado como el de Valparaíso). Su emplazamiento entre colinas y en el estuario del río Tajo, combinando la arquitectura tradicional con el desarrollo cosmopolita confiere un enorme atractivo a la capital portuguesa.
Añoraba viajar. Habiendo estado en más de 50 países, no podía dejar de visitar Lisboa. Y esta vez, me lo tomé con calma. Programé una estadía de siete días para caminar por los barrios antiguos del puerto, visitar sus tiendas de lujo, sentarme en una plaza y observar a su gente, a quienes viven el día a día. Conocer a los artistas y artesanos callejeros. Familiarizarme con sus aromas, su sonido…
Desde un inicio, saliendo del aeropuerto alcancé a contemplar los árboles de jacarandá en la mayoría de las plazas que acompañaron mi recorrido, vistiendo de un hermoso violeta en primavera y comienzos del verano.
Avenida da Liberdade
Si pasas de Pombal a Restauradores o viceversa, pasarás por Avenida da Liberdade, donde tuve la oportunidad de alojarme apenas llegué a Lisboa. Con un kilómetro del largo este paseo arbolado fue construido a fines del siglo XIX siguiendo el estilo de los Campos Elíseos de París. Dispone de aceras, carriles para coches y jardines en el centro de la calzada de una plaza a otra, con multitud de árboles, zonas verdes y esculturas.
En su momento llegó a ser el centro de cortejos, festividades y manifestaciones de los portugueses. También incluye un monumento a los que perdieron la vida en la primera Guerra Mundial.
Hoy, se ha transformado en un paseo obligado para quienes visitan Lisboa con una llamativa oferta de tiendas de alta gama. Así, Louis Vuitton, Prada o Dolce & Gabbana, entre otras, se hacen presente en una de las ciudades más antiguas de Europa. Muchos dicen que van sólo a mirar: definitivamente no se animan a comprar.
Además de las tiendas de alta categoría, la arquitectura es otro punto a favor de esta avenida con edificios antiguos que van desde lo clásico, con pinceladas de Rococó, incluso exhibe ciertas construcciones Art Deco.
Realmente una avenida que vale la pena recorrer de principio a fin, transitando por sus jardines que poseen curiosas estatuas – como la Fonte de Pedra – más propia de un conjunto renacentista o barroco, que de una calle pública de una gran capital.
SU GENTE
Debo confesar que en todo momento, percibí una atmósfera grata, calma entre los habitantes de Lisboa. Al parecer extrañaban tener extranjeros porque nos llenaban de preguntas. Ni hablar del sistema de servicio, digno de elogios.
Y para interactuar más, apenas llegué al hotel me escapé de las ganas de recostarme y salí a compartir con su gente. ¿El lugar? Un chiringuito – un pequeño local de tragos y comidas – que encontré en medio de una plaza, donde muchos van después de sus jornadas laborales.
LISBOA EN TRANVÍA
Te invito a recorrer Lisboa en tranvía. Es cierto, por 20 euros te dan un ticket que dura todo el día para andar en los buses de la ciudad. Pero hacerlo en tranvía le brinda un toque mágico, espacial. Es como un viaje al pasado recorriendo los barrios más antiguos de la capital portuguesa, subiendo y bajando cerros.
Definitivamente, un imperdible para los amantes de la fotografía. Y es que no hay imagen que pueda salir mal con un tranvía en primer plano. Recorriendo a paso metódico los rincones de Lisboa nos encontrábamos con una amplia oferta de tiendas de decoración que poseen en su mayoría productos elaborados por artesanos locales. ¡Aplaudimos la iniciativa!
BARRIO DE ALFAMA
En las laderas del Castillo de San Jorge (Castelo de São Jorge) ha crecido a su antojo desde hace siglos este viejo barrio de pescadores, que debe su nombre a su origen árabe (Al-Hamma).
Una buena opción para comenzar el recorrido por el barrio más pintoresco de Lisboa es subir al tranvía 28 en la Plaza de Martim Moniz y bajar en la parada frente al Panteón Nacional. A su lado, un par de días a la semana, funciona la Feira da Ladra, una especie de mercadillo callejero que ofrece todo tipo de objetos antiguos, ropa, muebles, juguetes, discos, libros, y un gran etcétera.
Desde el Mirador de Santa Lucía se aprecia una casi romántica postal de Alfama y del Tajo. La Iglesia de San Esteban, las torres blancas de San Miguel y la cúpula de Santa Engracia, son otros de los monumentos que esperan para ser fotografiados desde lo alto de la ciudad.
Debo confesar que me sentí fascinado al contemplar una ciudad proyectada desde los cerros hacia el puerto, otorgando una marcada identidad y sentido de pertenencia a los habitantes de Lisboa.
Si visitas esta ciudad, seguramente llamará tu atención el uso que le dan a los azulejos para decorar gran parte de las fachadas de edificios antiguos, restoranes, balcones. Incluso algunos túneles están llenos de azulejos y se presentan como verdaderas obras de arte.
Tuve la fortuna de recorrer la ciudad con una muy buena amiga. Pero esta vez lo hicimos con calma, con la calma atrapante de Lisboa. Nos sentamos en un restorán para disfrutar de una rica velada bebiendo Oporto, el vino clásico de la ciudad, de sabores frutales, dulce, muy apropiado para acompañar un delicioso postre.
Por supuesto, un viaje a Lisboa está incompleto si no has tenido la ocasión de degustar los pasteles de Belém. Si no te gusta especialmente el dulce, debes saber que se trata del más característico y famoso de la gastronomía de Portugal, y si te gusta el dulce, tienes una cita imprescindible con el pastéis de Belém.
Así, disfrutando de una maravillosa noche con un clima ideal – mezcla del ocaso primaveral y un incipiente verano -, con una copa de Oporto en la mano, con el resplandor de tenues luces y velas, amenizado por el sonido del Fado, me fui despidiendo de la capital portuguesa. En medio de una atmósfera única e irrepetible diría yo, rodeado de gente encantadora que tal vez no vuelva a ver, le dije adiós a una ciudad de la que definitivamente me he enamorado.