Miembro de una generación de artistas que han llevado sus talentos más alla de las galerías tradicionales mezclando el street art, las intervenciones en vivo, así como la customización de objetos y toys, las obras de Andrés Agosín (Monk) generan gran impacto visual, “como una trompada en el rostro” – diría parafraseando a un famoso afichista-.
Director de arte y dueño de la revista de arquitectura 1 en 100, el trasandino asentado en Buenos Aires tiene una conexión especial con Chile al nacer en Viña del Mar y cursar primero básico en nuestro país. Por razones laborales de su padre incluso vivió un tiempo menor en Brasil. Quizás esta formación multicultural haya incidido en sus pinturas sobre lienzo, esténcil y murales.
Reconoce que le encanta trasladarse en bicicleta a todos lados desde las intrincadas y circulares calles de Parque Chas, barrio bonaerense que en forma de laberinto guarda historias de vecinos, siestas y niños que aún juegan en la vereda. “La gente toma mate en las afuera de sus casas adornadas con macetas en las aceras; es un verdadero oasis dentro de la monstruosa Buenos Aires. Mientras puede seguir viviendo allí, bienvenido sea”, comenta Andrés de 36 años.
Al estudiar diseño gráfico en la Universidad de Buenos Aires (UBA), Monk conoció a un par de compañeros con quienes idearon en 2004 la plataforma artística Göoo Ediciones, desde allí dominó la técnica de dibujo e ilustración. “En paralelo empecé a hacer esténcil (técnica en que se emplea una plantilla como calco y se le arroja aerosol). Recién después salí a la calle para pintar como muralista”.
En contacto desde la capital trasandina, el artista nos confiesa que prefiere escuchar rock o reggae para crear sus obras. Algunas de sus bandas preferidas son Radiohead, Tool, Él mató a un policía motorizado, Alice in chains. De Chile Los Tres y Chico Trujillo.
En tu arte se conjugan una serie disciplinas que recorren el diseño gráfico, el street art y la arquitectura.
“He sido influenciado por diversas expresiones plásticas como el pop-surrealismo (lowbrow), el cubismo y la arquitectura moderna. Por ello, creo que mis obras tienen una fuerte impronta cromática, así como una convivencia entre lo geométrico y lo orgánico, lo definido y la mancha, lo que resultan en un ir y venir entre el lienzo y el street art”.
Has dicho que de lo experimental decidiste “retornar” al hiperrealismo.
“Así es. Creé una serie de seis u ocho rostros como una prueba. Quizás me fui tanto a lo experimental, a las formas geométricas, al animal deconstruido, que dije voy a volver a pintar hiperrealismo. Para ello me propuse elegir extraños rostros y encontré la cara de un modelo coreano súper plana, la de un abuelo maorí con arrugas muy profundas. Agarré personajes de diferentes etnias y al ir dibujando fui instintivamente manchando. Allí se produjo esta mezcla del diseño gráfico con tal vez una pintura hiperrealista más tradicional”.
¿Cómo defines tu arte desde la forma y el concepto?
“En lo conceptual, en mis primeros trabajos de esténcil en la calle, siempre me interesó replantear qué hacemos como sociedad. La idea era situar al animal frente del ojo, con cierta tecnología 3D ochentesca, para mostrar nuestro alejamiento de la naturaleza. Estamos encerrados en edificios alejándonos de los animales, bosques, o paisajes grandiosos, pero también de nuestra naturaleza humana.
Y respecto de la forma, los colores o la realización, hay una mezcla de lo geométrico, de lo recto. Una composición en el plano con elementos orgánicos y colores fuertes, que llamen la atención”.
Cuéntanos cómo funciona eso de llevar el arte callejero a las galerías y viceversa.
“Algunas obras tienen ese ir y venir. En la última exposición que hice en Palermo, en Galería Elsi del Río, los cuadros tenían bastante de spriters (pequeñas piezas bidimensionales de arte pixelado) con animales, pero de fondo talls y grafitis. En ese tipo de creaciones se da eso de llevar la galería al arte callejero y el arte callejero a la galería”.
Estuviste en noviembre del año pasado en el Festival de Arte Urbano en Brasil…
“Exacto, se llama Festival Concreto. Estuve pintando una semana en Fortaleza el frontis (de 16 x 8 metros) del centro cultural Dragao de Mar donde compartí grandes vivencias y metodologías con artistas de Brasil, Chile y Colombia. Y a pesar de tener que pintar con un calor descomunal la experiencia fue increíble”.
Un artista singular que puede pasar horas encerrado en un cuarto, o bien pasar horas a la interperie creando una obra, ¿por cuál optas?
“Pintar en la calle te vuelve un ser social, Picasso dijo ´me he creado una soledad que pocos imaginarían´. La calle te confronta con el espacio mismo, debes respetar lo que está en frente, por ejemplo un edicio o centro comercial. Además pintar con otros artistas abre mucho tu mente para ver cómo encaran el proyecto o qué herramientas utilizan.
Por otro lado, estar en el taller también aporta a la meditación o a trabajar concentrado, enfocado. Ahora, si estuviera 24 horas pintando solo me volvería loco; máxima que también aplica a la inversa”.
Escrito por Cristian Muñoz Caces / Imágenes del artista.