El buen vivir:
Un espacio en que Patricia Valdés y Paula Pinochet invitan a sentir-nos y descubrir-nos, sin más expectativas que un buen vivir…
“El problema es que buscamos alguien con quien envejecer juntos, mientras que el secreto es encontrar a alguien con quien seguir siendo niños”
El Principito
Cuando comenzamos a recordar nuestra niñez, espontáneamente aparecen gratos recuerdos e inolvidables momentos atesorados en nuestro corazón; pero algunas veces cuando enfrentamos situaciones difíciles, surgen recuerdos del pasado con instantes menos alegres donde nos sentimos solos, no tan queridos e incluso abandonados.
Aquí es donde aparece nuestro niño interior que normalmente guarda alguna pena, desencanto o frustración.
El niño interior es un concepto que nace con la psicología Gestalt. Lo definen como la estructura psicológica más vulnerable y sensible de nuestro “yo”, esta se forma a partir de las vivencias positivas y negativas que tenemos en los primeros años de nuestra niñez.
Siempre al recordar nuestra infancia partimos por los buenos recuerdos, ahí está el niño interior sano y vital, ese chico espontáneo, creativo, con gran imaginación y capacidad de asombro ante la vida; más adentro aparece el otro niño interior, el que está herido que busca amor y reconocimiento y que en momentos de su niñez no se sintió tan amado, cuidado o valorado.
Nuestro niño interior es una parte de nosotros que, de acuerdo a determinadas circunstancias, pensamientos o emociones que experimentamos, se activa y aparecen heridas emocionales que no pudieron ser resueltas.
Pero hoy como adultos sí podemos resolverlas, con un trabajo personal interior, apoyado en la fe y/o ayuda terapéutica, para sanar las heridas de la niñez, lo que nos permitirá ser adultos plenos y libres de dolores innecesarios.
Para sanar nuestro niño interior herido, no debemos hacerlo desde la lástima o la victimización, sino desde el reconocimiento de nuestra fuerza y el agradecimiento, admiración y respeto por habernos convertido en el adulto que somos hoy.
Hemos conseguido la alquimia, la transformación desde la escasez y precariedad de ese niño herido. En este proceso cada molestia y dolor es un semáforo rojo que nos advierte de una situación que no debemos ignorar, pues son los ecos de heridas de ese niño que en su momento vivió. Si lo vamos observando desde esa perspectiva, cada día las mochilas emocionales serán más livianas y podrás avanzar en la vida enfocándote en lo más importante.
Conservemos de ese niño la inocencia, creatividad, generosidad, simpleza, alegría y capacidad de asombro. Un niño sano y feliz nos permitirá convertirnos en un adulto pleno y agradecido.
El buen vivir:
Un espacio en que Patricia Valdés y Paula Pinochet invitan a sentir-nos y descubrir-nos, sin más expectativas que un buen vivir…