Hace unas semanas tuve una experiencia en twitter que me dejó un sabor un poco desagradable. Recibí una solicitud y al contestarla apresuradamente, escribí por error “Abisaremos”. Rapídamente lo corregí siendo para mí bastante obvio que se entendería que en el teclado estaban las letras b y v juntas y eso había producido la equivocación.
No fue así. Recibí varios improperios con todo tipo de generalizaciones y descalificaciones. Inclusive un periodista amigo, que ni siquiera tiene twitter, me lo mandó por Whatsapp ya que le había llegado a él como una cadena.
Justo por esos días leí una columna de Rodrigo Guendelmann en la tercera ”Todo en Chile nos parece malo” en la que se preguntaba respecto de lo que nos pasa a los chilenos de hoy a los que, a juzgar por lo que leemos en las redes, todo nos parece malo y nos hemos puesto virulentos, poco tolerantes en las discusiones, rabiosos y chaqueteros. Aunque él, apoyado en un texto de Pedro Prado concluye que los chilenos somos en realidad “insatisfechos activos”, su columna me reafirmó esa sensación de que el chileno de hoy ha dejado de ser empático, se ha resentido un poco y hasta parece alegrarse cuando surge algún motivo para poder descargar su rabia, idealmente en otro al que ni siquiera conoce.
Sin embargo hoy en la mañana casualmente presencié una situación que me hizo pensar que no todo está perdido.
Era muy temprano, estaba en mi dormitorio esperando que mi hijo menor saliera de la ducha para yo poder usar la mía, cuando sentí de pronto un ruido que me pareció era un choque. Al asomarme a la ventana, que da a la Avenida España, me doy cuenta de que un auto pequeño había quedado incrustado detrás de una camioneta. Al observar la escena vi que ambos conductores se bajaron, revisaron daños y empezaron a conversar.
Al parecer observaron que la calle en la que habían chocado, debajo del puente Capuchinos, era angosta, ya que el tráfico quedó detenido formándose una larga fila de autos en las que uno de ellos era una micro. Trataron de mover el auto pequeño pero éste presentaba daños por lo que no pudieron echarlo a andar. Cuál no sería mi sorpresa cuando veo que de ese bus bajó una persona (aparentemente el chofer) y luego de saludar de mano a los otros conductores, revisó el motor. Cuando vio que no funcionaba organizó a cuatro pasajeros y entre todos lograron desplazar el automóvil y coordinar el paso de los demás automovilistas hasta que el tránsito fue restablecido. Mientras tanto los protagonistas ya habían intercambiado tarjetas y mientras uno quedó esperando a la grúa, el otro se despidió amablemente partió, presumiblemente, a su trabajo.
¡Me metí a la ducha feliz!
Por Macarena Urenda S.
Concejala de Viña del Mar
Presidenta comisiones Educación y Turismo