El que este oficio, ligado profusamente a la cultura criolla, haya sido desempeñado durante décadas casi en su totalidad por hombres, no fue ningún impedimento para que Camila Guerrero aprendiera y mostrara este arte popular que asombra a grandes y chicos cada vez que se exhibe en plazas y fiestas costumbristas.
El tambor y el platillo comienzan a sonar. ¿El escenario? Una plaza, fiestas costumbristas o cualquier espacio público donde los transeúntes se agolpan alrededor de la figura de Camila Guerrero – chinchinera desde hace 14 años – quien despliega todo su talento coreográfico y musical cautivando a los presentes.
La profesora de danza y bailarina, relata que aprendió este oficio cuando formaba parte de la Escuela Carnavalera Chinchintirapié, cultivando años de estudio e investigación como parte del camino que esta porteña recorrió para adentrarse en el origen y el significado que este oficio tiene entre las familias que por generaciones se han dedicado a esto.
“Este es un oficio que nace en las periferias de la Región Metropolitana. Por años, familias completas han vivido solo de este arte. El chinchinero es parte de un patrimonio inmaterial, y como tal se debe valorar y reconocer. Es la manera que se tiene para que este perdure y se mantenga vivo en el tiempo, no solo durante Fiestas Patrias o el Día del Patrimonio, sino durante todo el año”.
Los primeros pasos de Camila se dieron de la mano de su primer maestro “Pepe”, quien fue parte de la banda del cantante y compositor nacional Joe Vasconcellos y quien elaboró el chinchin que hasta hoy ella utiliza. Fue el inicio de un camino repleto de aprendizajes y que la llevaron a recorrer países como Brasil, Colombia, Argentina y Uruguay, además de diversas regiones de Chile.
¿SÓLO PARA HOMBRES?
Si bien este es un oficio que tradicionalmente es realizado por hombres, no fue impedimento para Camila aprender y mostrar este arte popular que asombra a grandes y chicos cada vez que se exhibe en algún espacio público.
“Hay pasos y giros que son siempre iguales y que son los que te debes saber. En cuanto al vestuario, hay prendas que son las que evocan los trajes originales como el bolero o el sombrero. En mi caso, yo uso falda porque es el toque de coquetería que me gusta introducir en mis presentaciones”.
La figura del organillero es en este cuadro un elemento principal. “Es que el chinchero nace junto al organillero, una figura que también forma parte de nuestras tradiciones. En ambos casos, dedicarse a estos oficios es sacrificado por todo lo que implica no solo contar con los instrumentos, sino también por el tema del traslado con el equipamiento que se necesita para una presentación. Más que un asunto de género, la complejidad radica en el costo personal y económico que está involucrado”.
Según comenta Camila, si bien hoy existen nuevos formatos del chinchinero, se continúa conservando la raíz original de esta tradición.
Respetar a los cultores también es otro punto que Camila aborda, ya que son ellos finalmente quienes conservan el origen y la riqueza de un patrimonio inmaterial. “Son familias que viven de esto; por ende, son muy recelosos con que personas que no forman parte de esta tradición, se dediquen a esta. Es muy importante reconocer el valor de un oficio que es vivo para que esta sea la instancia desde la cual se logre expandir y visibilizar a más lugares del país”.
Un mensaje que Camila pone en valor cada vez que se presenta, cautivando no solo por su dulzura y lo novedoso que resulta ser una mujer chinchinera, sino también por una puesta en escena que asombra, cautiva y que nos lleva a comprender la importancia de conservar nuestras tradiciones populares.
CENTENARIA TRADICIÓN
La figura del chinchinero debe su origen a don Lázaro Kaplán, santiaguino que en el año 1920 decide acompañar la música del organillero, tocando el chinchín (platillos) y el tambor. Hacia 1930 se introduce el movimiento del pie que pasa entre la cuerda y que acciona los implementos de percusión, lo que dio origen al baile que conocemos hasta nuestros días.
Hacia 1960, un personaje llamado “Patito” lleva el chinchin hasta Valparaíso para acompañar a los chincheros de esta ciudad, quienes hacia 1962 adoptan el uso de dos varillas a la vez.
Por décadas, su espectáculo no ha dejado indiferente a nadie. Basta el sonido de su música y el ritmo del baile, para que las personas se agolpen alrededor de este icónico personaje popular a presenciar lo que podría ser uno de los espectáculos más cautivantes de nuestra tradición chilena.
El oficio tradicional del chinchinero-organillero es, en primer lugar, un patrimonio cultural de quienes cultivan y trabajan el oficio, con estricto apego a la tradición que se forjó en Chile. En la mayoría de los casos estos cultores han heredado el oficio de sus familiares, registrándose casos de familias de tres y hasta cuatro generaciones vivas en el cultivo del oficio. No obstante, hay quienes han comenzado recientemente sin tener lazos consanguíneos con alguna familia de organilleros, han aprendido el oficio mediante una enseñanza generosa y solidaria, en que el móvil principal es formar nuevos cultores para que la actividad no desaparezca. Lo que se reconoce como patrimonio entonces, no es necesariamente el hecho de pertenecer a una familia, sino la forma de trabajar, pues es eso lo que define el estilo de vida y la forma no apatronada de ganarse la vida.
Por lo anterior, un chinchinero es aquel que trabaja de acuerdo a la tradición que se desarrolló en Chile. Y esta tradición, que es distinta de las tradiciones de otras latitudes, consiste en el dominio de un conjunto de destrezas y habilidades que son condición del oficio. Éstas son:
Trabajar con el bombo realizando recorridos cotidianos por plazas, calles, paseos, balnearios, poblaciones y eventos, como la actividad económica central del sustento familiar.
Esta sección ha sido posible gracias al financiamiento del Fondo de Fomento de Medios de Comunicación Social de Gobierno de Chile y del Consejo Regional.