El tren cruza la ciudad sin límites rumbo al Hiroshima, dejando atrás al puerto de Yokohama. La Japan Railway cubre hasta las entrañas del país con capilares constituidos por trenes bala, interurbanos y metros. No se necesita el japonés para deslizarse por este sistema; sólo lógica y tiempo para leer los mapas. La arquitectura metabólica que domina la metrópolis comienza gradualmente a migrar hacia una menos eficiente, pueblerina, quizás semi rural.
Con esta vista leo un reportaje en papel amarillento. Hace unos meses, The Tokyo Times abundaba en detalles sobre un ejercicio de evacuación en Fukuoka, una ciudad de 1.6 millones de personas en la isla de Kyushu, ubicada a un tiro de misil de Korea del Norte. La red de trenes se detuvo al activarse por primera vez el “J-alert system”, como medida de prevención ante el lanzamiento de otra cabeza nuclear desde Pyongyang. Algunas agrupaciones ciudadanas salieron a la calle clamando por prudencia, pues el mensaje sin anestesia usado para activar la evacuación generó un miedo perturbador en las comunidades. A 72 años de las bombas nucleares que acabaron con la segunda guerra, y estando en medio de un diálogo bipolar entre Trump y Kim Jong-un, hemos aprendido poco como especie, pienso.
Día siguiente, en Hiroshima de nuevo. Esta es una ciudad cruzada por el testimonio mudo de las 140.000 personas que murieron ese 6 de agosto de 1945, cuando a 600 metros de altura sobre el epicentro, detonó Little boy, la primera bomba nuclear usada con propósitos bélicos. Fueron tiempos turbulentos a partir de los cuales surgió una ciudad testimonial cuyo cometido es pedirle a la humanidad que cese la carrera nuclear. El Museo y memorial de la Paz, diseñado por Kenzo Tange en los cincuentas, es una pieza de arte sublime, donde se mantiene una llama encendida que sólo se apagará cuando en el mundo no haya cabezas nucleares.
Esa obsesión con la paz se ve en todas partes, tal vez potenciada por la culpa de las atrocidades cometidas por la milicia nipona la segunda guerra mundial. La Universidad de Hiroshima, por ejemplo, tiene un curso de graduados que se llama Paz. Así, simplemente, Paz. Guiamel Adal, estudiante del laboratorio de ingeniería costera que lidera Hansoo Lee, me cuenta que en este curso obligatorio se tocan materias sobre diplomacia, tratados de paz, resolución de conflictos y seguridad internacional. En su acento filipino me cuenta que es la tercera vez que se viene a Hiroshima, pues quiere aprender algo sobre colaboración internacional ante desastres naturales. Y los japoneses, claro está, son expertos en ello.
Por Patricio Winckler
Ingeniero Civil Oceánico
Miembro e investigador de COSTAR