PENÍNSULA OSA

En 2012, a un año de haberme titulado como biólogo, y restando 365 días para comenzar mi post-grado, trabajaba esporádicamente en consultorías ambientales, como guía turístico y  asistente de terreno en la cordillera de Santiago estudiando la conducta social de los lagartos leopardo (Liolaemus leopardinus). Aunque tales actividades me mantenían forzadamente al aire libre, mi apetito por explorar más seguía creciendo. Al adjudicarnos la Beca Chile – junto a mi novia Constanza León (ahora esposa) – para continuar nuestras carreras en Australia, decidimos emprender un último viaje dentro de Latinoamérica. Convencí a mis padres unírsenos en esta aventura inolvidable.

Destino único, donde la mayor parte del ingreso viene del turismo, Costa Rica es uno de los lugares  soñados para los amante de la naturaleza pues concentra el 5% de la biodiversidad del planeta, o sea, aproximadamente un 25% del país centroamericano está constituído por Reservas y Parques Nacionales, incluyendo dos parques declarados “Patrimonio de la Humanidad” por la UNESCO.

 

Teniendo sólo el 0.1% del área terrestre del mundo, concentra el 5% de la biodiversidad del planeta. Un 25% del país está formado por áreas protegidas, el porcentaje más alto del mundo.

 

De todas estas maravillas naturales resalta una zona en particular: la Península Osa. Emplazada en el suroeste del país,  es la región menos habitada, más remota y  biodiversa de Costa Rica, hogar del Parque Nacional Corcovado, titulado por National Geographic como “el lugar biológicamente más intenso del mundo”. Es una reserva para animales en grave peligro como el cocodrilo americano, el jaguar y el tapir de Baird.

Estando poco más de 30 días en la región, iniciamos nuestro periplo en la capital  Santo Domingo, desde donde volamos hacia Puerto Jiménez, uno de los dos pueblos de la Península. Apenas bajamos de la avioneta nos encontramos con guacamayos, monos capuchinos, cocodrilos, iguanas, tucanes… todo tipo de insectos coloridos y lagartos basiliscos corriendo por sobre el agua. La biodiversidad es realmente impactante; hasta el día de hoy no he logrado dar con algo de tal magnitud. Todos los días se veía algo nuevo, ya fuera un perezoso, una serpiente o una rana de ojos rojos. Como el pueblo es bastante pequeño, basta con salir algunos pasos  y ya te encuentras inmerso en la selva. Es un paraíso.

La víbora más letal

De ahí fuimos a Bahía Drake, un pueblo aun más pequeño y salvaje. Desde este paraje se zarpa a la Isla del Caño nada más ni nada menos que a bucear con tiburones.  Además es la puerta de entrada al Parque Nacional Corcovado.  Durante varias noches salimos a recorrer la selva en búsqueda de la víbora Terciopelo, una infame serpiente responsable de la mayor cantidad de ataques a humanos en el continente. No logramos dar con ella, pero sí encontramos muchas joyas anfibias, como ranas de vidrio y ranas dardo venenoso.

Corcovado es simplemente el lugar más vivo que he visto. Pasamos unas noches acampando en  Estación La Sirena,  el corazón del parque,  lugar al que llegan docenas de animales, como el tapir – una de las cuatro especies  de mono de Costa Rica -, pecaríes de labio blanco que andan en tropas enormes, grupos de  coatíes y aves de todo tipo. Un hermoso espectáculo, especialmente para alguien acostumbrado a la inmensa biodiversidad de la selva peruana y boliviana, donde la cacería humana ha hecho de la fauna animales esquivos.

En la reserva biológica costarricense los animales caminan a tu lado, se te cruzan e ignoran completamente. Parte de la aventura incluye inolvidables tardes de caminata entre las hermosas playas de arena blanca y la verde selva, mágico lugar en el que se avistan tiburones toro adentrarse en los ríos del parque.

Encuentro  con la Terciopelo

Así pasamos los últimos días en Bahía Drake. Al anochecer, frustrado de no haber hallado aún a la  Terciopelo, solicité a un pueblerino que me llevara donde fuese necesario para dar con la víbora. Salimos en las inmediaciones de un río cercano, pero tampoco hubo suerte así que emprendimos la retirada. De vuelta, en mis últimos momentos en el país, nos encontramos cara a cara con la especie venenosa más abundante y prolífica del país; responsable de más del 90% de los casos de mordeduras en Costa Rica.

Enorme, y en posición defensiva, el local no me permitió acercarme por el miedo que le causaba. Pero como apasionado herpetólogo que soy, hice  caso omiso de su advertencia intentando acercarme a la letal serpiente, también llamada Toboba Real o Tiznada. Sentía los agarrones de la polera, así que para tranquilidad de mi guía desistí de mi emoción y sólo saqué unas fotos a un par de metros de la mortal Terciopelo, sellando así otra gran e inolvidable aventura.    

 

Relato y fotografías Damien Esquerré

Edición: Cristian Muñoz Caces

 

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