Hoy en día, el acto de alimentarnos se ha convertido en algo mucho más complejo que solo nutrirnos. A la hora de adquirir y consumir alimentos, estamos expuestos a un sin fin de estímulos “emocionales” que van a determinar nuestra decisión alimentaria. Aquí nace el término de “Hambre Emocional”, haciendo referencia a ese deseo por comer que busca saciar necesidades emocionales por sobre las necesidades metabólicas.
Cuando sentimos ese deseo de “algo dulce” a mitad del día o después de almuerzo, cuando la comida chatarra en la noche viene a compensar un mal día, o cuando la hora de almuerzo es tu principal salida de escape en tu día laboral. En todos estos ejemplos estamos frente a situaciones de Hambre Emocional, en las que generamos emociones positivas asociadas al comer.
Este tipo de saciedad es, en realidad, una necesidad de “estímulos” que nos conecten con emociones placenteras. Uno de los estímulos más condicionados en el ser humano es aquella sensación placentera que nos provoca la comida.
Esta ha sido una asociación cultural y fisiológica desde siempre, incluso desde nuestra primera infancia a través de la asociación entre lactancia y el amor de mamá. Por ende, cuando estamos necesitando un poco de placer, de amor, de cobijo, de recreación, etc. recurrimos a la comida.
Pero, ¿tiene algo malo recurrir a la comida como fuente de estímulos?
La búsqueda de estímulos es algo muy saludable. Es saludable volvernos cada vez más conscientes de esta necesidad, aprender a observarla y aprender a satisfacerla. El saber satisfacer nuestras necesidades emocionales, significa lograr Autogestión Emocional, es decir, aprender a “Atenderte” en tus necesidades.
Sin embargo, debemos ser conscientes de entregarnos estímulos sanos y positivos. La comida puede ser perfectamente una fuente de estímulos, “pero si se transforma en mi principal fuente de estímulos, claro que se vuelve un problema, y la raíz de una adicción”.
La invitación es a observarte, conocerte y atenderte en tus necesidades. Aprender a escucharte cuando necesitas placer y conectar contigo mismo en la búsqueda propia de estímulos que logren satisfacerte, pero que a la vez, sean saludables para ti.
¿Puede ser la comida?, ¡sí! Pero a través de preparaciones más sanas o quizás “no tan sanas” – pero con una frecuencia alejada -, de manera que no sea un exceso para tu salud.
También puedes conocer muchos otros estímulos, además de la comida, que se pueden transformar en una manera eficaz de entregarte sensaciones placenteras: el contacto con la naturaleza, la aromaterapia, la masoterapia, una buena conversación con un ser querido, algún deporte que te guste, las artes manuales, la música, el juego, el baile, leer…
Entrégate atención de calidad, separa tu relación con la comida entre la necesidad de nutrir tu cuerpo o tus emociones, y comienza a hacerte cargo de esas emociones que tanta atención nos piden.