Camino descuidado por los alrededores de la estación de Kokkai-gijidomae, donde la influencia de Kenzo Tange es evidente en la exquisita arquitectura. Pienso en cómo su trazo se ha heredado en cada fachada del centro cívico del Tokyo moderno, a poco más de una década de su partida. En una esquina emerge una calle peatonal en pendiente, con una caída de agua tallada en piedra de canto anguloso; una exquisita obra flanqueada por bambúes y verdes finos.
Tentado por capturar una buena foto, arremeto pendiente arriba y disparo el celular desde el centro de la calle. De súbito, siento una mano apretando mi antebrazo izquierdo, seguido de otra que inmoviliza el derecho. Espetando dichos en japonés, dos policías me arrastran a la vereda, señalando insistentemente una valla pequeña que no he visto entre los arbustos. Aparecen varios más. En cosa de minutos, cuento unos 17 oficiales de uniforme azul y guantes blancos, a los que se suman algunos agentes con audífonos tipo Mr. Smith de Matrix.
Mi instinto científico me impide exagerar, y creo contar unos 25 individuos rodeándome. Hay un alboroto contenido en la muchedumbre. Algunos peatones pasan mirando al suelo, con una sumisión muy típica del nipón. Mi pasaporte circula de mano en mano y veo mi nombre escrito en varias agendas de bolsillo. Aparece un fotógrafo profesional y me encandila con el flash, esbozando una sonrisa como queriendo compadecer al criminal. Otro agente con pinta de Clint Eastwood japonés retrata la escena con una cámara de bolsillo.
La única oficial del grupo es también la única angloparlante. Me comenta que este es un escuadrón de choque anti protestas y que he ingresado a un territorio de alta seguridad. Es la oficina de Shinzo Abe, primer ministro de Japón desde 2012. En la confusión la oficial aparece como hada madrina de orden y seguridad.
Luego de una media hora reflexiono sobre la sobredotación policial de una sociedad que reemplaza los trabajos ancestrales por el control. La escena dice mucho de una cultura “del partido del orden”, como diría Héctor Soto en su programa radial. Al cabo de un rato recupero mi celular y el pasaporte, pero el instinto me impide siquiera tirar una foto testimonial, que probablemente habría sido de las top 5 en las “crónicas del agua”.
La escena me parece hilarante pero al mismo tiempo oscura. Finalmente, la oficial me comunica que puedo partir… desde ya resido en el expediente policial japonés.