Antonio Poblete Olivares
Ingeniero Comercial PUCV
MBA UTFSM
Académico Escuela Economía y Negocios PUCV
Midas fue un rey de Frigia que gobernó en el período entre el 740 a. C. y el 696 a. C., a quien el dios Dionisio le concedió un deseo. El rey pidió que todo lo que tocara se convirtiera en oro, y así sucedió. Midas estaba feliz y extasiado, corriendo por su palacio y viendo cómo lo que tocaba se convertía en oro.
En un momento se cansó y sintió hambre, por lo que pidió unas frutas para comer, pero al tocarlas se convirtieron en oro; lo mismo ocurrió con el agua que quiso beber. En ese momento, Midas entendió lo que había hecho y se puso a llorar desconsoladamente. Su hija, al ver su desgracia, corrió a abrazarlo, pero en cuanto lo tocó, también se convirtió en oro.
Existe una frase que dice “cuidado con lo que deseas, porque se te puede cumplir”, y eso fue justamente lo que ocurrió con Midas, que tuvo que pagar un precio demasiado alto por su deseo cumplido.
Su historia aplica, en los tiempos actuales, al deseo de algunas personas de conseguir el éxito profesional y económico, sin considerar —o aquilatar— que esos “logros” tienen costos asociados, tales como el tiempo libre, salud, calidad de vida y relaciones familiares.
Todos conocemos a alguien que dejó su vida en la empresa en la que trabajó hasta que se jubiló; seguramente le hicieron una linda despedida y su esfuerzo se vio “recompensado” por haber apoyado a sus hijos para obtener un título profesional. Quizás ya tiene su casa pagada y una pensión que le permite vivir sin depender de nadie.
Pero, ¿alcanzó a conocer realmente a sus hijos?, ¿llegó a tiempo a algún acto del colegio?, o ¿estuvo presente en el cumpleaños de su pareja? En el caso de un emprendedor, de un empresario, la dinámica puede ser distinta, pero el fondo es el mismo: el tiempo destinado a sacar adelante su empresa fue tal que, por ejemplo, le pudo haber costado un divorcio.
Hasta hace un par de años el trabajo era visto como un fin, un objetivo; a quien más trabajaba se le consideraba una mejor persona y había una visión casi divina del trabajo y el esfuerzo. Hoy, entendemos que el trabajo es una herramienta para desarrollarse y ser feliz, y que en la vida se debe buscar un equilibrio entre los tiempos destinados a la familia, al trabajo, a temas sociales y a tiempos para uno mismo.
Este último punto es el menos reconocido: ¿Qué es lo que realmente te gusta hacer a ti? Jugar fútbol, leer, subir un cerro, cocinar, cantar, bailar, ver televisión, en fin. Descansar, “haciendo nada”. Todo está bien, son tus tiempos, para ti y los tuyos.
Equilibro/Eficiencia
Hoy en día las empresas, a través de sus áreas de “Recursos Humanos/Personas”, buscan la forma de equilibrar, conciliar, estos tiempos, entendiendo que un trabajador motivado es un trabajador más feliz y, en definitiva, más productivo y comprometido, consigo mismo y con la organización.
Asimismo, como consecuencia de la transformación cultural y digital que enfrenta la mayoría de las industrias, y también como efecto de la pandemia, existen horarios de trabajo cada vez más flexibles, así como políticas públicas que promueven una reducción de la jornada laboral y espacios de desconexión.
Lo relevante tiene que ver con el concepto de “eficiencia”, que se define como la capacidad para realizar o cumplir adecuadamente una función. Los empleados —hoy, colaboradores— deben ser “eficientes” de 9:00 a 18:00 horas, de lunes a viernes, en la mayoría de los casos, “optimizando” su horario laboral.
Las mayores riquezas no son materiales. Todos podemos conocer personas “ricas”, pero con vidas paupérrimas. El bien más preciado no es el oro, los bienes raíces o las criptomonedas. El bien más preciado es el tiempo. Tu tiempo y tu propósito.