“Yo creo que hay que renovarse o morir. Por eso toco de todo y hago tantos conciertos, porque me gusta toda la música, buena o mala. Toco todo lo que me gusta”, expresó en cierta ocasión el maestro Roberto Bravo, una clara demostración de lo que ha sido toda una vida, más de cincuenta años, dedicada a su gran amor, el piano.
Escrito por Cristian Muñoz
Imágenes cedidas por el artista
Admirable, digno de imitar. Nos conmueve la sencillez y humildad expresada en cada una de las palabras del maestro Roberto Bravo, uno de los pianistas más consagrados que ha tenido nuestro país en los últimos cincuenta años, y quien pese a haberse presentado en los escenarios de mayor prestigio a nivel mundial interpretando un fascinante repertorio, mantiene el espíritu de un aprendiz.
“Con cada año cumplido se toca con mayor entrega e intensidad”, expresa el discípulo del maestro alemán Rudolf Lehmann. Y es que para el músico chileno nacido a mediados de siglo XX, en agosto de 1943, la pasión heredada por parte de su madre solo ha crecido con el pasar del tiempo.
El Carnegie Hall o el Place des Arts, la Salle Gaveau en París o el Kennedy Center en Washington, y muchos otros escenarios, han sido testigos del talento interpretativo de Roberto Bravo, quien ha retomado desde hace pocos días los anhelados conciertos presenciales, tras las restricciones propias de la pandemia.
México, Grecia, Marruecos se aprontan a la llegada del maestro. También una gira dentro del país conmemorando los años de presentación junto a la violinista Montserrat Prieto. Lo eclético de su repertorio, el que incluye obras de Sebastian Bach, tangos de Piazzola, boleros de Manzanero y hasta música japonesa del género anime, reflejan el amor de Bravo a toda clase de música.
“Este amor por la música me ha hecho tocar temas muy diversos, en toda clase de escenarios, desde la punta del cerro – el Morro de Arica – a la playa de Isla Negra, en Isla de Pascua o en la propia Antártica”.
Y es que esa sencillez, humildad y ganas de aprender no se han perdido con el paso del tiempo; muy por el contrario, se han incrementado. “Me relacionado con la música por la belleza que posee, no solo con obras de corte clásico o música docta. Si me conmueve la melodía de una película intento sacarla en el piano, y si no me gusta el resultado, le pido a un músico que haga los arreglos”, confiesa.
Con este ejercicio, de una u otra forma, Roberto vuelve a su niñez, cuando sacaba de oído los temas de The Platters que sonaban en su hogar para luego – a los 8 años – brindar su primer concierto clásico, creciendo como un pianista transversal, uno capaz de interpretar con la misma pasión y entrega las Variaciones Goldberg de Bach o Somos Novios de Armando Manzanero.
MAESTRO
Además de proseguir con giras en diversos escenarios a nivel nacional e internacional, Roberto Bravo González imparte clases de música y poesía en la Universidad Central, analizando obras tan disímiles de Gabriela Mistral hasta Dostoievski.
El maestro, dedica palabras especiales a quienes lo prepararon en este universo de 88 teclas, destacando las quejas del alemán Rudolf Lehmann por su indisciplina y rebeldía. “Este niño pasa en la calle jugando a la pelota, andando en bicicleta”, decía. “Se va a ver a la polola los sábados en vez de interesarse por la literatura o un segundo instrumento”, añadía como parte del habitual disgusto.
Pero su talento y pasión eran más fuerte. Fue así como al cumplir 17 años, el maestro alemán llevó a Roberto Bravo a conocer al gran Claudio Arrau, que en ese entonces vivía en Nueva York. “Recuerdo la primera vez que fuimos a su casa. Era una fría noche de invierno, el taxi se perdió y llegamos tarde. Era un hombre muy exigente, riguroso con los textos, pero a la vez muy cálido. Me trabaja de ´mijo´, tal como te dice la gente en Chillán”.
Más allá del aspecto técnico, lo que no olvida Roberto es la sencillez del maestro Arrau. “Lo primero que te enseñan todos estos grandes músicos, es que nosotros somos una especie de puente entre el compositor y la gente que nos escucha, y que debemos acercarnos al músico que interpretarnos, convertirnos en esa figura, en esa energía”, destaca.
POLONIA, RUSIA
En 1960 Roberto Bravo participó a sus 16 años en el Concurso Nacional de Piano Chopin, organizado por el Instituto Chileno-Polaco de Cultura en la Sala América de la Biblioteca Nacional. El haber ganado este concurso le permitió a representar a Chile en el célebre certamen Chopin, en Polonia, el más importante del mundo.
Al obtener la beca para estudiar en el Conservatorio de Varsovia, el inquieto pianista hizo lo imposible por ingresar al Conservatorio Tchaikovsky, de Moscú, el más exigente del mundo. “Apenas llego, una de las profesoras me recibe amablemente diciéndome que debía estudiar de 6 a 8 horas diarias, decía ´acá no queremos turistas´. Y el nivel era asombroso, había 20 alumnos como yo y 40 mejores”, reconoce.
Tres años y medio en Rusia, otros 15 en Inglaterra y 15 en España, dos matrimonios, un hijo fueron tejiendo la historia de Roberto Bravo, considerado uno de los pianistas más importantes de Chile y Latinoamérica.
AMOR
Su historia es la Historia de un amor, de amor por la música, amor por las personas, amor por cada una de las melodías que ha interpretado en 51 años de trayectoria y 79 años de vida. Entrega que hoy comparte a nivel musical y romántico con la cantante Andrea Cárdenas, su actual pareja.
“Con Andrea nos conocimos hace unos siete años en Quilpué – relata -. Ella asistió a uno de mis conciertos y me escribió una carta en papel, un hermoso y romántico gesto. El resto es historia. Juntos nos hemos presentado en Ecuador, Israel, España ahora en México también y Miami”.
Además de la música, ambos disfrutan de mirar la serie coreana Woo, una abogada extraordinaria, de la cual esperan interpretar un par de canciones. “Hay dos o tres canciones que le quedan muy bien a Andrea y pensamos incluirlas en el repertorio de música oriental – con temas de Ryūichi Sakamoto – que interpretamos junto a Montserrat Prieto, en el violín”, añade con entusiasmo.
Así es Roberto Bravo, el artista que nos sigue cautivando e inspirando con su pasión y amor por toda clase de música. Uno de los más grandes pianistas de todo Latinoamérica y que, habiéndose presentado en los escenarios más importantes del mundo nunca se ha olvidado del país que lo vio crecer llegando con su piano a pueblos y comunas que habitualmente no reciben la visita de las grandes figuras de la música clásica.
Tal como le enseñara algún día el maestro Claudio Arrau, “el pianista solo es un puente entre el compositor y la gente que nos escucha, por lo tanto, debes convertirte en ese músico que estás interpretando, en esa energía”.