Salto de fe

Sentado frente al Teatro Municipal de Santiago, el bailarín estrella Rodrigo Guzmán rememora un sueño originado más de dos décadas atrás cuando aún vivía en Punta Arenas y debía lidiar con la ilusión de toda una familia que esperaba siguiera los pasos de su padre en la Fuerza Aérea de Chile. Sin advertirlo, el destino de una de las principales figuras de la danza clásica nacional siempre fue volar.

Por Cristian Muñoz – Fotografías de Edison Araya, IG @efap73

Tiene 41 años y en la actualidad es bailarín estrella del Teatro Municipal de Santiago en una carrera que no ha estado exenta de situaciones atípicas. Lidiando con una artritis reumatoide que le fue diagnosticada hace más de una década, Rodrigo Guzmán se mantiene en la cúspide del ballet clásico, disciplina en la que se inició dando un verdadero salto de fe.

Vivía en Punta Arenas como un chico normal. Pasaba en la calle, de barrio en barrio jugando fútbol con sus amigos y en un club del sur chileno. Su padre militaba por aquel tiempo en la fuerza aérea de Chile (FACH), y nada hacía presagiar que Rodrigo llegaría a ser hoy el bailarín más condecorado de la danza clásica nacional.

Cambiando la pelota por la música se unió a uno de los grupos de baile moderno que iban pululando en la década de los ochenta, hasta que cierto día – amén de sus condiciones innatas – un coreógrafo formado en el Teatro Municipal de Santiago le recomendó audicionar en dicha escuela de clase mundial.

Hoy, a sus 41 años y sentado frente al edificio diseñado en 1860, Rodrigo recuerda con nostalgia el verano del 97 admirando aquella imponente fachada de mármoles de Regolamo y mosaicos de Valencia.   “Con miedo, nervios y sin saber exactamente cómo lo lograría, mi único pensamiento era llegar a ser parte de la gran familia del Teatro Municipal”.

LA DECISIÓN DE MI VIDA

Familia y entorno cercano mantenían la esperanza de que Rodrigo siguiera los pasos de su padre e hiciera carrera en la Fuerza Aérea nacional, pero el destino le tenía preparado otro camino.

“En medio de las vacaciones de invierno de 1997, mientras cursaba cuarto medio, tuve la oportunidad de ir a Santiago para asistir a la escuela de especialidad de la Fach, pero yo sólo quería bailar, así que tomé una micro directo a Agustinas, entre San Antonio y Tenderini, para conversar con la directora del teatro. Aquella fue la decisión de mi vida”, asegura.

En menos de 24 horas estaba participando de las clases gratuitas que le ofrecieron para aprovechar su estancia en la capital. “¡Ya estaba decidido!  Con toda la fe del mundo, le pedí a mi padre ayuda para coordinar el viaje a Santiago apenas terminara la secundaria”.

¿Pero aún debías audicionar para ingresar a la escuela de danza clásica?  “Audicioné y quedé, pero ese era solo el comienzo – responde Rodrigo -. Estaba a contrarreloj ya que el ballet es una carrera corta, similar a la de los futbolistas, y en mi curso compartía clases con niños de 8 y 9 años”.

¿Cómo hiciste entonces? “Me quedaba todo el día en el teatro, aunque tuviese una única clase de dos horas. Pedía permiso a los otros profesores para practicar con ellos o permanecer en los salones como oyente, si no me lo permitían, espiaba por cualquier orificio con tal de aprender nuevas técnicas y movimientos. Es más, odiaba los fines de semana cuando debíamos descansar”.

BAILARÍN PRINCIPAL

Horas, días y semanas de sacrificio valieron la pena. Con 19 años Rodrigo fue contratado por la compañía profesional del Teatro Municipal de Santiago. “Ochos años de estudio yo los hice en dos. Y aunque estaba consciente de mis falencias, el director quiso que siguiera desarrollándome en la misma compañía”.

De salto en salto, en 2004, Rodrigo Guzmán recibía el nombramiento de primer bailarín, a cargo de la nueva directora y consagrada bailarina brasileña Marcia Haydée. “Pasé directamente desde el cuerpo de baile a primer bailarín, sin tener que ser solista. Todo pasaba muy rápido”, recuerda. Pero un día antes de aquel inusual nombramiento, el oriundo de Punta Arenas se enfrentaba a una verdadera prueba de fuego.

“Se estrenaba La Consagración de la Primavera, una obra de gran complejidad, y el bailarín protagónico se ausentaba por lesión – explica -. Como yo era el único que se sabía la coreografía, me encerré por horas junto a la repositora proveniente del extranjero para ensayar y, al día siguiente, debutar en el estreno y en cada una de las funciones que le precedieron”.

“ME QUISE MORIR”

Como en la tragedia griega, en 2007 se desataría el caos para Rodrigo. A sus 27, joven, sano, en pleno apogeo sufriría el ataque de su sistema inmunológico derivando en artritis reumatoide, condición que le impidió bailar durante tres tormentosos meses, y que lo sumió a una cama sin siquiera poder tomar un vaso de agua sin ayuda externa.

“Nos exigimos tanto a nivel físico que es habitual presentar ciertas dolencias en nuestro cuerpo, por lo tanto, me tomó tiempo comprender que estaba sufriendo esta silenciosa enfermedad, hasta que un día, por el intenso dolor en mis manos, me vi obligado a raudamente bajar de mis brazos a mi compañera de ensayo”.

Con la dosis adecuada, uno de los bailarines principales del Teatro Municipal de Santiago logró sobreponerse a la enfermedad y volver al escenario. “Recuerdo que se me soltaron unas lágrimas cuando estaba tomando el té con mi hermana y cuñado y pude hacerme las tostadas sin la ayuda de alguien más”, relata.

Dos años más tarde, la vida le daría una nueva y terrible sorpresa al sufrir durante un ensayo la rotura del tendón de Aquiles. “Mi mundo se volcó al revés – confiesa -. Tras la cirugía el doctor me recomendó que abandonara el baile, pues el tener que lidiar también con la artritis reumatoide, las posibilidades de una recuperación total se reducían enormemente. Me quise morir, me negaba a dejar de bailar”.

A fuerza de voluntad y tenacidad, el corazón, la mente y el cuerpo de Rodrigo trabajaron juntos para – de forma inexplicable – volver y brillar en el escenario como la figura masculina más prominente de la danza clásica nacional.

BAILARÍN ESTRELLA

Por esos años se estrenaba en Chile la obra Zorba, el Griego, un papel que le venía como anillo al dedo y era todo un hit en la audiencia. Rodrigo Guzmán tenía el rol protagónico. Un día, en la primavera de 2013, Marcia Haydée le dice al oído “cuando estés recibiendo los aplausos del público no te marches pues voy a dar un anuncio”.

Ante la ovación de un municipal repleto, fue nombrado Primer Bailarín Estrella de la Compañía de Ballet de Santiago, el primer chileno en lograrlo y “realmente no lo necesitaba. “Estaba feliz, todo lo que había soñado lo estaba viviendo. Nunca quise ser el mejor o destacar, solo quería pertenecer a esta hermosa familia, mi familia, aquella que me acogió en sus brazos cuando ingresé todo tímido a mis primeras clases”.

Condecorado con las máximas distinciones de la danza clásica – Premios Apes, Altazor, reconocimientos del Círculo de Críticos, entre varios más – Rodrigo es un agradecido de la vida por poder dedicarse a una disciplina que le apasiona. “No me imagino en otro lugar, pero cuando esto se acabe, probablemente decida dictar clases o formar mi propia academia. No lo sé, por ahora sólo quiero bailar unos cuantos años más, creo que aún puedo hacerlo, tengo fe de que así será”.

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