TEJEDORES DE UNA NUEVA SOCIEDAD

La propuesta es tan sencilla como disruptiva. Un grupo de varones teje al aire libre punto a punto con agujas o ganchillo sin complejos ni mayores preocupaciones. Una imagen que por cierto parece desencuadrar en el paisaje cotidiano. Entre químicos, periodistas, publicistas, ingenieros y quienes desarrollan otras actividades decidieron reunirse sagradamente una vez al mes con el simple anhelo de tejer en compañía de otros congéneres dándole vida el colectivo Hombres Tejedores.

“Todo comenzó con los talleres de tejido para hombres que decidí realizar en enero de 2016. La idea era crear un espacio seguro donde nos animáramos a incursionar en una actividad atribuida socialmente a la mujer por muchos años. Mi anhelo era sencillo, compartir con otros varones esta afición. Jamás imaginé que esta inicitativa llegaría a tener el alcance que tiene hoy”, menciona  Claudio Castillo, propulsor de un colectivo que en cada fibra entrelazada rompen estereotipos.

A través de las redes sociales – incluyendo un reportaje hecho por la BBC de Londres en 2016 – este pequeño grupo de 10 a 12 amigos ha alcanzado notorio popularidad en las redes sociales, superando los 90 mil seguidores en Facebook. Asimismo, en Argentina o Colombia se ha replicado este mismo colectivo llamando de inmediato la atención de los medios.

Aprovechando el alcance en las redes, se ofrecen talleres permanentes todos los domingos por la mañana, cursos que cada vez reúne más adeptos. Quienes no se animan a comenzar a tejer en público, por lo general envían comentarios positivos al colectivo. “En la mayoría de los casos nos felicitan y nos mandan mucha buena energía. Creo que eso se debe a que existe una necesidad, consciente o inconsciente, de ir transformando la manera en que concebimos la sociedad, especialmente en relación a los roles y estereotipos de género”, añade Claudio.

En el portal de Ñuñoa, por ejemplo, César Henríquez y Gonzalo Quilempan se reunen con nuestra revista para conversar de su experiencia en esta particular actividad. A primera vista, verlos sentados en la terraza del Starbucks tejiendo unos pantalones con trenzas y puntos elásticos o una manta con punto abanico resulta peculiar. Pero poco a poco vamos asimilando una idea muy simple: “si nos gusta tejer, por qué no podemos hacerlo”. “No seré más o menos hombre si tejo”.

Para Gonzalo el tejido le ayudó a dejar atrás dos años de hospitalización. “Aprendí de chico, porque mi abuela y madre tejían. A mi madre le costaba enseñar, pero yo sabía urdir o hacer lo básico en el crochet porque mi abuela me enseñaba a montar los puntos”, comenta, mientras que César recuerda que su madre les tejía una prenda cada invierno. “Como me gustaban las bufandas aprendí a tejerlas, luego gorros, chalecos…”

No obstante, no era tan simple. En su propio hogar debió lidiar con su padre en más de una ocasión por tener una afición mal vista socialmente.  Barrera que se traspasó a su adultez impidiéndole tejer en público. “Siempre tuve temor de tejer al aire libre o frente a desconocidos por temor a lo que pudieran gritarme”, confiesa. 

Por su parte Gonzalo recrea la primera vez que lo hizo en el metro. “Recuerdo las miradas de todos los pasajeros, incluso del vagón continuo. Afortunadamente, todo se limitó a largos minutos de atención. Pero ya lo superé, si otros aprovechan los tiempos muertos de traslado para leer, yo  simplemente prefiero tejer”.

 

YOGA DE LOS HOMBRES

Intentando describir esta actividad, un periodista le llamó el “yoga de los hombres”, al notar que muchos de los tejedores pasaban estos ratos como una verdadera terapia sanadora. “En mi caso – dice César – me estreso (ríe). Creo que soy al único que le pasa. Estoy tan concentrado en no equivocarme que termino tensionándome más de la cuenta. Recién cuando termino de confeccionar la prenda puedo respirar aliviado”.

Muy por el contrario, y defendiendo la idea de que el tejido puede llegar a ser una buena terapia, Gonzalo admite que al tejer llega casi a un estado zen, donde su mente queda en blanco – por decirlo así -. “Si tengo problemas me pongo a tejer. Poco a poco las dudas en mi cabeza comienzan a desaparecer hasta que mi único pensamiento es cómo hacer el siguiente punto”.

Bien sea vista como una especie de terapia, como alternativa a típicas actividades, o simplemente porque les gusta tejer cada vez son más los varones que han decidido cursar los talleres que ofrece Hombres Tejedores. Mencionando más de algún caso que les llamó la atención, César y Gonzalo recuerdan cuando estaban por iniciar los cursos y llega un suegro con su yerno, un joven con la camiseta del Colo-Colo, o un adulto mayor criado en una sociedad machista.

“Cada uno de estos casos – reflexionan – nos demuestran que podemos crear una sociedad más amable y cariñosa. Que esté dispuesta a tejer un regalo a otro para demostrarle su afecto. Y simplemente que se atreve a urdir punto a punto una comunidad mejor”.

  

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