VIAJANDO AL LÍMITE

Ayleen llevaba seis meses arriba de su BMW habiendo cruzado Sudamérica hasta llegar a México. Precisamente en suelo azteca experimentaría un encuentro cercano con la muerte, momento terrorífico pero también revelador, reconocería más tarde la odontóloga. “Si sigo viva es para hacer algo que trascienda   mi existencia”, asegura a Costa Magazine con fuerzas renovadas para desarrollar proyectos medioambientales y de salud social en la Patagonia.

Pero antes, recapitulemos y volvamos al viaje impuesto como meta personal por Ayleen Martínez, una especie de “Reset” en su vida – odisea que la llevó a unir en moto, desde diciembre a agosto, los extremos poblados del sur y norte de América –  con tal de encontrar la mejor versión de uno mismo.

A continuación te dejamos el relato de Ayleen Martínez Valenzuela…

A fines de junio, rumbo a Estados Unidos desde Baja California un viajero español me recomendó visitar un bar en medio de la antigua carretera a Lago Chapala, el Coco´s Corner, cuyo dueño que no posee ambas piernas, es una verdadera leyenda del lugar. Tanto el GPS como el celular me indicaban la misma ruta que yo tomé.

Tras avanzar poco más de un kilómetro el camino se convirtió en arena de playa; quise dar la vuelta, pero la moto se había quedado pegada y parada. Conservando la calma saqué todo el peso (maletas laterales, top case)… no hubo caso. Es una BMW Twin motor 800 cc que pesa 250 kilos. ¡Compáralos a mis 48 kilos y un metro 55 centímetros de estatura!

Bajo el intenso sol del desierto mexicano, marcando una temperatura de 42 grados a las cuatro de la tarde, sin haber almorzado, deshidratada y con llagas en las manos producto de la sudoración prolongada los últimos diez días en Baja California, ¿creerán que había algo mucho peor? Al menos para mí. Un cascabeleo prolongado jugaba con mi desesperación.

Pensé “voy a botar la moto para luego girarla”. Mala idea, no pude levantarla más. Intenté de todo: palanca, transporté rocas, y nada. Me propuse una hora en tal misión, de lo contrario buscaría ayuda. Era imprescindible contar con la fuerza de alguien más, así que decidí caminar de vuelta ese kilómetro y medio para salir a la ruta. Cerca de las ocho, haciendo dedo por dos horas, volvía desolada a la moto para armar la carpa y pernoctar en áridas tierras rodeada de coyotes y otros animales.

Fue la noche más traumática – y a la vez reveladora – de mi vida. ¿Les conté que padezco dos fobias? Claustrofobia y ofidiofobia (miedo a espacios cerrados y terror a las serpientes). Cabe la casualidad que antes de que el camino se convirtiera en arena había pasado por el puente “Las víboras”, y como me explicarían posteriormente los lugareños, aquel territorio estaba plagado de la serpiente cascabel, la más grande mide unos tres  metros.

El incesante cascabeleo resonaba en mi cabeza como un estallido. En un santiamén armé la tienda de campaña sacando solo una botella de agua, nada de comida, quería nada más que descansar y dormir. Pero mi cuerpo estaba full alerta, los músculos contraídos, toda tensionada.

  

Escuchaba mis pestañas entrecruzarse. No era miedo, era pavor. Todos mis sentidos se habían agudizado. No tenía señal wifi para llamar a nadie, así que puse música en mi celular hasta las una de la madrugada conciliando el sueño por interválos, pero la batería se agotó. Volvió el terror. Una manada de coyotes se paseaba alrededor de mi carpa.

Nunca había estado tan cerca de la muerte. Asumí que esa noche era mi última noche. Podía ver los camiones transitando por la carretera y pensé en hacer fuego para ahuyentar a los animales, pero a su vez atraería a gente mala. Además de la botella con agua, había sacado mi laptop para consignar las causas de mi muerte eximiendo a tercero de responsabilidades, elucubrando tesis más que obvias al estar en territorio de narcotraficantes.

A las 3 am envié un mensaje a mis padres – imaginándolos en su cama seguros y calientitos – por sistema satelital: “Estoy donde tenía que estar, era mi destino. Si algo me pasa estaba haciendo algo que me hace feliz», decía.

ALUCINANDO

Miro mi reloj marcando las seis de la mañana, no podía creerlo. Lloraba de alegría al estar viva. Apenas abro la carpa veo una camioneta roja a unos 200 metros, ya no me importaba quiénes estaban allí, me aferraba a la vida y necesitaba que me ayudaran a levantar la moto para salir de aquel desierto. No podría sobrevivir una noche más en aquel inhóspito paraje. Pero  era una alucinación, seguía sola.

De hecho, en más de una ocasión perdí el conocimiento. Esta vez caminé de vuelta a la ruta decidida a conseguir ayuda. Tras 90 minutos, una camioneta roñosa con tres mexicanos a bordo se detiene. Aunque no me generaban confianza, se comportaron de manera tan educada que terminaron ayudándome – entre tres – a levantar la moto.

Pero no les bastó. Me dirigieron a una lonchería para comer, abastecerme y limpiarme las heridas. Ahí te das cuenta cómo mucha gente a pesar de los prejuicios te ayuda. A mí tres hombres mexicanos me salvaron la vida, probablemente eran narcotraficantes. Pero ellos me salvaron la vida.

Por eso ahora quiero enfocarme en proyectos sociales medioambientales, pues si estoy viva debe ser por una razón. Tiene que haber algo más allá.

DOCUMENTAL PATAGONIA

Tras cumplir su objetivo y llegar hasta Prudhoe Bay, Alaska, Ayleen retornó a Chile en septiembre con energías renovadas y todas las ganas para concretar en 2020 sus proyectos.  “Estoy en conversaciones con auspiciadores, Universidad de Magallanes, Tomkins Conservation y otros académicos de renombre para realizar un documental netamente científico recorriendo en moto la ruta de los parques de la Patagonia, mostrando cómo viven los pueblos originarios y retratando las iniciativas para conservar nuestro patrimonio natural austral”, adelanta.

El enfoque general del documental es el efecto provocado por el calentamiento global. “Es fundamental mencionar que Mateo Martinic, Premio Nacional y Premio Bicentenario de Historia, contribuirá con el componente histórico del relato”, enfatiza.

Paralelamente, se escribirá un libro plasmando la odisea de ser la primera mujer latinoamericana en unir en moto los extremos poblados del sur y norte de América, desde Isla Navarino hasta Alaska.

ClíNICA MÓVIL

“Existe una clínica móvil en el fin del mundo, recorre la ruta de los parques en la Patagonia – desde Puerto Montt hasta Cabo de Hornos – entregando servicios de salud odontológicos y otras especialidades a la comunidad en forma gratuita. Es una clínica autosustentable uniendo la salud y la conservación en la Patagonia”, vislumbra Ayleen de manera demasiado real.

Es el segundo proyecto que esta odontóloga aventurera espera concretar el 2020. «Si sigo viva es para hacer algo así. Yo debería haber muerto en el desierto mexicano, pero el universo está conspirando para lograr mis objetivos y ayudar no solo a otras personas, sino también al planeta”, sentencia.

 

Fotografías de Ayleen Martínez – Texto editado por Cristian M. Caces · AYLEENALLIMITE.CL

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